La Jornada
Luis Linares Zapata/II y última
Ecos desde la izquierda
La izquierda, sostiene con flagrante seguridad Denise Dresser (Proceso, 1586), debería mirar al electorado y entenderlo. Luego pasa, porque es lo que la atosiga, a predicar tales faltas del que, sin duda, es uno de sus personajes favoritos. Esa tarea, concluye oronda, AMLO y los suyos no la hicieron. Escuálida revista pasa la opinadora de los millones de votantes que se apilaron tras la oferta de López Obrador y, por ausencia al menos, sólo aprecia los sufragios por los que, desde su intuitiva visión, sí la hicieron: Madrazo y Calderón.
Habría que preguntarle, a tan veterana articulista, si los más de mil 700 millones que Fox gastó en medios masivos como apoyo a la campaña del PAN glorificando programas inexistentes, como el del Seguro Popular (ver auditorías de la Auditoría Superior de la Federación), son parte o no de la tarea que cumplió Calderón.
En el remate de su argumentación doña Denise incluye, como instrumento para tal observación y entendimiento del electorado, a las encuestas. Con ellas se hubieran puesto, AMLO y acompañantes, a resguardo de errores y omisiones concluye. Ella confunde, de manera notable, lo que una persona ligada a la academia, a la crítica de salón, a las sentencias terminales lanzadas desde las mesas redondas de análisis o infusiones plasmadas en editoriales de actualidad puede requerirse para conocer, para leer, para enjuiciar los sentimientos del pueblo, respecto de lo que otros usan en su quehacer político cotidiano. Para entender, según exige la articulista como requisito, las aspiraciones ciudadanas. Ella puede necesitar vitalmente de esos instrumentos porque, a lo mejor, no tiene otros adicionales que le permitan auscultar los padecimientos, contagiarse con las nostalgias, sufrir las vicisitudes y compartir temores con la gente, sobre todo con ese segmento mayoritario de la sociedad, esa gran capa de hombres y mujeres que votaron por López Obrador. Esos mismos personajes que, en tropeles crecientes, en corajudos conjuntos y a plena luz del día, siguen afirmando, con voz en cuello a lo largo y ancho de la República, que es un honor estar con Obrador.
Denise no conoce, porque no ha enfrentado en las calles, en las plazas, en los callejones, los charcos y montes, a la gente apabullada por las nulas oportunidades, por los atracos de las autoridades, por los errores y omisiones de la injusta historia de este país. Ella no parece haber experimentado, al ningunearlas, las profundas enseñanzas que algunos, como AMLO, extraen de su peregrinar entre la gente, al captar sus penas y sufrimientos para darles cabida en sus preocupaciones cotidianas para moldear su accionar.
A Denise no la han arañado, ni apretujado las masas de seguidores cuando éstos tienen delante a una persona que las oye, que las conoce a veces por nombre y apellido. Y más importante aún, cuando intuyen, saben, confían en que no las abandonará porque las aprecia y está junto a ellas a costa de su propia comodidad. Hay que ponerse, como López Obrador lo hace, en el lugar de un militante de izquierda que oye lo que van a decirle y recibe, con paciencia, hasta con agrado, lo que acuden a darle, a confiarle, a pedirle esas gentes comunes y corrientes.
No, esas tribulaciones y formas no son las palancas de trabajo de Dresser. No les confía o no está dotada para vivirlas y tampoco les da validez porque tal vez las siente sensibleras, falsas o manipulables. Por eso recurre a las encuestas, porque convivir con montones, con cientos, con miles de esa gente de a pie que trae sus problemas a flor de labio no es del estilo dominguero ni particularmente redituable. Pero es de ahí, precisamente, de donde López Obrador saca su fuerza, donde se comunica, donde entiende y para los que trabaja con ardor insuperable. Esto no se visualiza en fotografías, en estadísticas, en las prácticas de laboratorio de los focus group. La sensibilidad social sólo se agudiza en contactos continuos, bruscos, en sueños destrozados entre el polvo y las malversaciones tan comunes en el horizonte público de esta nación.
La izquierda, hoy en día, en especial aquella que ve cómo el país se asfixia entre deterioros alarmantes. La que se conmueve, en verdad, con las tragedias del pueblo porque entiende que son las propias. La que puede situarse en medio de los que están soportando, con otros muchos, las angustias de una vida de privaciones continuas. Esos hombres y mujeres de izquierda van labrando, con urgencia, salidas posibles, elucubradas sobre la marcha. Saben que tienen que atender a dos pulsiones simultáneas. Una, la que se prolongará en el tiempo, la que requiere acumular energía, la que, por su complejidad, hay que trabajar con paciencia, ésa a la que, algunos más leídos, llaman estructural. La otra, más urgente, es aquella que apela a la acción inmediata. La que debe implantarse sin retardos para evitar mayor deterioro de las circunstancias, la improvisada ruta para defenderse contra los avatares de la desventura presente. La que se asienta sobre una inopia de recursos y solicita un remedio, una cura aunque sea temporal. La respuesta generada ante las ambiciones sin límite de los poderosos que arrasan sin piedad ni nombre (ver el dispendio y las huellas de malversaciones que reporta el auditor cuando jala de los créditos fiscales), ¡No tienen llenadera!, se oye decir por ahí a un abanderado de esas causas y grupos de la izquierda. Un actor que lleva consigo compromisos arraigados y al que, inclusive personeros de la izquierda inalterable y sabia tildan, desde sus amplias y eternas perspectivas, de improvisado, de priísta reconvertido.
Y, sin embargo, siguen preguntando, como Denise lo hace, ¿qué va hacer el PRD con Andrés Manuel López Obrador? Como si éste fuera un fardo colocado sobre las espaldas perredistas. Como si hubiera una profunda diferencia que zanjar sólo porque alguien lo presenta como disyuntiva, como una interrogante de pronto elevada a la categoría de problema. Ya Martí Batres se encargó de responder, con toda precisión, tan inventado alegato (Proceso, 1586)
Pero si la intención va más para allá de esa sencilla revisión y a la crítica se le quiere colocar como un efectivo problema a debatir, entonces hay que airear un supuesto que la señora Denise Dresser, aguda crítica ilustrada, da por sentado a manera de seguridad indubitable: Andrés Manuel López Obrador no perdió como ella (junto con numerosos analistas orgánicos, rabiosos denostadores y otros tantos más que coinciden con la visión llamada institucional, la del oficialismo golpista) afirma. AMLO ganó la elección para presidente en julio 2 de 2006 y fue despojado del triunfo mediante una enorme colección de actos indebidos, de trampas, de ilegalidades varias que han quedado para la triste historia de ese episodio nacional. Pero, más allá de tal episodio, determinante en muchos sentidos de la densa realidad actual, hay una tarea por delante que hacer. En ello está comprometida al menos una parte de la llamada izquierda en su diario quehacer y a la que un puñado de tramposos privó de la oportunidad de validar el voto de los ciudadanos. Sin embargo, esos pocos valentones no le impedirán a la izquierda trabajar por esta patria que es de todos, los críticos, tramposos y rivales incluidos.
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