miércoles, enero 13, 2010

Revolución 2010. La Racionalidad.

El siguiente buen artículo "República y cinismo" de Luis Linares Zapata pone el dedo en la llaga en un problema que refleja la falta de racionalidad con la que están "funcionando" las instituciones gubernamentales y políticas en este México que no supera a pesar de sus grandes riquezas, la pobreza y desigualdad en la que por siglos este sistema de injusticia ha tenido sumergido al pueblo, principalmente a lo largo y ancho de sus provincias y campos rurales, además en estos tiempos de la "modernidad" mediatizando y explotando a los grupos sociales de la vida urbana, golpeando con salarios de miseria a los trabajadores de la industria,del comercio, a los técnicos y profesionales.

El funcionamiento de las instituciones gubernamentales debe ser revisado a fondo dado que los presupuestos asignados son el fruto de la explotación principalmente de los recursos naturales del país y de los impuestos que se recaudan gracias al trabajo productivo de sectores en la industria, el comercio,de los trabajadores cautivos del servicio público y privado; aquí no debemos olvidar que los grandes monopolios empresariales en los sectores productivos gozan de privilegios fiscales y no contribuyen con los impuestos correspondientes. Otro más de los botones de muestra de irracionalidad completa; los que más ganan menos pagan.

Racionalidad es el gran déficit en los aparatos políticos y de gobierno, se perdió la brújula,las cúpulas están engolosinadas con los presupuestos y el "poder". Sin racionalidad cualquier ente y sobre todo colectivo, no únicamente se vuelve improductivo, sino que impacta de manera nociva a su ambiente, en lugar de dar un servicio lo bloquea, las tareas para las que fue construido se pierden de vista, prevalecen los intereses individuales y de grupo por encima de la organización. Los Institutos políticos igualmente accionan sin una agenda de representación ciudadana o del pueblo que satisfaga sus demandas de justicia e igualdad social,más bien se han convertido en bloques que obstaculizan el avance democrático. Toda su labor es por consigna, favorecer a la clase dominante, traficar con el poder,engañar a sus representados, su política "favor con favor se paga".

La Racionalidad esta ausente en los organismos políticos y de gobierno, comprenderlo así, nos lleva a descubrir las causas de la gran problemática que nos envuelve y afecta a todos; da claridad y expone a los grandes beneficiarios del "río revuelto", "caos" o"crisis" así como de los agraviados de siempre, pueblo y sociedad en su conjunto. Ahora bien, la falta de racionalidad no es porque sean tontos más bien es inducida fácilmente colocando a "Juan de las piñas" como
secretario de... director de... diputado por... presidente bananero de... y todo el nepotismo que les venga en gana, hijos, esposas, compadres, queridas, no queridas, líderes charros, en fin toda una jungla para invadir cada puesto del servicio público o de la nómina de la franquicia del partido político que sea. Sabemos que existen múltiples factores que determinan el actual estado de la sí crisis de política y gobierno mexicanos aquí hacemos énfasis en una, la falta de racionalidad institucional.

La Revolución 2010 desde este frente es por llevar a cada organismo político y de gobierno la racionalidad perdida y así dar valor al servicio público, a sus instituciones, a la política como la vía que se construye para que todos los recursos del país beneficien a cada uno de los mexicanos,la racionalidad para que cada organismo logre ser verdaderamente productivo y sus integrantes no sea señalados por corruptos, ineptos o vende patrias.

Seguiremos hablando de esta capacidad revolucionaria con la que todos contamos y que hoy nos ocupa, la Racionalidad.

Lluvia de Ideas para la Democracia
Miguel Bonome y Villanueva






La Jornada


República y cinismo
Luis Linares Zapata



El desparpajo con que la totalidad de las élites políticas con altísimos salarios reciben la crítica condenatoria por el agandalle que hacen de los escasos recursos de todos es digno del más amplio y enérgico rechazo de la ciudadanía. Su cínica actitud se apoya en el falso alegato del mérito y el rigor de la competencia: una simple cuestión de mercado, concluyen. Se ostentan como destinatarios de esos emolumentos por el grado de responsabilidad que acompaña a la compleja función que desempeñan. En otras ocasiones alegan los premios inherentes a la jerarquía burocrática, ya bien asentados en la legislación. Intentan así, de esta grosera forma, descargar sus conciencias, por lo demás bastante disfrazadas tras inescrutables rollos técnico-legales. Lo cierto es que tal pensamiento y conducta elitista hieren, profundamente, la ética distributiva. Es, también, causal de la rampante disparidad en el consiguiente reparto de los bienes y las oportunidades que genera el crecimiento.

A los funcionarios y políticos encumbrados no les importa ser señalados como parte sustantiva, como actores, a través del ejemplo, de la inequidad reinante en el país. Tampoco les induce penas e intranquilidades las consecuencias que esa degradada, perversa actitud acarrea en la convivencia organizada y la asimilación de los que debían ser aceptados como valores comunes. Para tales personajes es, simplemente, una situación dada, en el peor de los casos, por circunstancias ajenas a sus afanes de lucro, a sus propias determinaciones. Una realidad heredada de otros que la diseñaron. La conformación de ésta, todavía incipiente, república que ya cumple, con sus quiebres conocidos, doscientos años.

El apuntarse como merecedores de salarios y onerosas prestaciones, de marcado privilegio si se refiere al mínimo que recibe la mayoría, se convierte en acicate y justificante de disparidades sociales. Al prestar oídos sordos y desviar pudorosamente la vista de la miseria circundante, se agranda la brecha social, se restan energías productivas, merma las escasas voluntades de cambio. La brecha así perforada en el cuerpo colectivo es un recordatorio continuo, gráfico, del injusto reparto de la riqueza generada. ¿Cómo explicar, con sólidas razones y no con argucias verbales, la distancia que media entre el salario mínimo, que roza los 2 mil pesos mensuales, y los salarios de los encumbrados burócratas, jueces, gobernadores, ministros o legisladores que rebasan los 200 mil, 300 mil, 500 mil pesos mensuales? ¿Cómo justificar tal diferencia si en otros países, más eficientes incluso, las distancias no rebasan las cinco o, a lo sumo, las 20 veces entre unos y otros? Japón, los países nórdicos, Francia, Sudcorea y hasta España pueden ser modelos a imitar en sus estructuras de reparto.

Nadie puede presumir de justo o responsable al aceptar que la función pública pueda ser recompensada con salarios que alcancen y rebasen 100 mil pesos mensuales. Con un máximo de 80 mil pesos mensuales se puede adquirir todo lo necesario para una vida familiar desahogada, ahorrar para el mañana y darse uno que otro lujo. Rebasar ese tope, que ya es más que generoso, además de un despilfarro de los haberes colectivos, es inmoral, patrimonialista, falto de ética y motor de inestabilidad. Es imposible concebir una república cimentada en las abismales diferencias que aquejan al México actual, menos aún hacerla depositaria de orgullos, logros y dignidades. La normalidad en las sociedades desarrolladas habla de moderación, de igualdades, de balances, de retribuciones proporcionales. Tales conceptos llevan implícitos otros más apreciados, como paz, solidaridad, tranquilidad, eficiencia, progreso, soberanía, todos ellos ausentes o golpeados, trastocados, en la cultura del México actual. Cultura agobiada, manoseada, usufructuada por las elites que conducen los asuntos colectivos. Una cultura que, por estos aciagos días de retrocesos manifiestos, inseguridades y miedos inducidos, tratan de imponerla como envolvente inamovible, el fruto de una tradición a conservar. La vía adecuada para salir de las penurias cuando no es más que una tramposa huida hacia adelante que propicia el estancamiento, la pérdida de esperanza, la marginación y la pobreza de los muchos. La continuidad del modelo imperante es, precisamente, la oferta que difunden aquellos beneficiarios (individuales o de grupo) del estado de cosas. Una casta de privilegiados que se pavonea en medios que ensalzan la distinción de marca, la cuna, el dispendio, la fiesta, y se presentan como los ideales a imitar. La asentada conciencia de clase y su pretendida permanencia de hecho y derecho y hasta de su religiosa aceptación resignada. La continuidad, un horizonte aceptable para la derecha nacional, implica el olvido de las tribulaciones y deseos de las mayorías como referente decisorio, la falta de respeto al ciudadano, la exclusión de la pluralidad y el ninguneo de los derechos de las minorías.

Alcanzar una vida armónica, decente en lo individual y solidaria en lo colectivo, es la base que puede sustentar una república digna de tal nombre. Una república que ponga al alcance de sus mayorías las oportunidades que el progreso genera. Luchar por una transformación de la vida nacional que contenga, en su mero núcleo, dicho objetivo, es el propósito de un movimiento reivindicador de valores en ciernes pero masivo. El avance de tal aventura no vendrá fácil ni exento de tensiones, ataques, incomprensiones y penas. Por el contrario, exigirá imaginación, esfuerzo continuado y confianza en la sabiduría y el concurso popular que la empuje. Sin el pueblo, el futuro proyectado desde arriba sólo dará más de lo mismo que, por cierto, es cada vez es más poquitero.

sábado, enero 09, 2010

Revolución. "Cambio Violento"

La Jornada


Bloc de notas
Ilán Semo



H
istoria fatal de un concepto. El concepto de revolución es tan antiguo como la obra de Aristóteles. El filósofo griego lo empleó para traducir a la política la forma en que los griegos entendían el tiempo. No sólo el de la política, sino el del mundo en general. Como es sabido, esa forma estaba definida por la idea del eterno retorno. En La política se puede leer esa versión fantástica y paradigmática que entiende a los cambios de la polis como si estuvieran regidos por la fatalidad o la esperanza de una historia circular. En esta historia, la monarquía estaba destinada a devenir oligarquía; la oligarquía, una democracia; y la democracia, un paso de retorno hacia el comienzo: la monarquía. Aristóteles no creía en el cambio; creía en una armonía fundada en las desavenencias de la épica trágica.

En el Renacimiento, la metáfora de la revolución pasó a manos de quienes se dedicaban a descifrar los cielos. Copérnico la empleó para describir las órbitas circulares de los astros. No por azar, el énfasis que le dio no fue tanto el del movimiento que regresa a su origen, sino la idea de un fenómeno que se cumplía más allá de cualquier voluntad (ya fuera humana o celestial).

En el siglo XVII, Locke fue el primero en volver a situar el término ahí donde había nacido. Lo desplegó para describir y justificar la rebelión de Cromwell contra la monarquía absoluta, y que se propuso instaurar una monarquía parlamentaria. La idea barroca de la revolución conciliaba así los primeros avisos del orden liberal con el principio monárquico. La versión que hoy conocemos del concepto de revolución quedó fijada entre 1800 y 1820, y su semiótica se debe principalmente a la nada pacífica tradición liberal y, paradójicamente, a los críticos de la Revolución Francesa. La idea liberal de la revolución (que después fue adaptada por anarquistas y socialistas) fijo uno de los grandes relatos de la modernidad: el relato de la mejoría a la mano, de la posibilidad de la edificación de un nuevo orden social, a través del cambio violento de las instituciones que resguardaban al antiguo régimen.

La revolución rusa le dio un nuevo énfasis en el siglo XX: la trama de que ese cambio violento era la vía para la consecución de una utopía, la sociedad socialista. Hacia finales del siglo XX, sobre todo a partir de la caída de la Unión Soviética, el término empezó a desaparecer súbitamente del imaginario político (acaso con excepción de los tratados de historia). Acontecimientos tan significativos como los cambios que ocurrieron en Sudáfrica o los que definieron la historia reciente de Bolivia, que hace tres décadas habrían sido calificados sin pensarlo de revoluciones, hoy son vistos de manera muy distinta.

El fin de la nostalgia (de lo que nunca fue). Los cambios radicales que se sucedieron entre los años 70 y 80 en los países mediterráneos y en América del Sur, los cuales se propusieron dejar atrás regímenes autoritarios para construir sociedades democráticas, dejaron de emplear el viejo término de revolución para describirse a sí mismos y recurrieron a otro concepto, más humilde, menos épico y más contingente: la transición. La pregunta por la súbita reclusión de la idea de la revolución del imaginario político de finales del siglo XX es una asignatura pendiente para la historia política y cultural de nuestro tiempo. Las razones son ciertamente complejas, aunque se pueden vislumbrar tres:

1) Desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, la violencia política perdió ese carisma de positividad que le había dado la modernidad desde que Hegel la declaró la partera de la historia. Después de las catástrofes políticas de la primera mitad del siglo XX, la noción del cambio mismo empezó a ver en la violencia una barrera para el cambio.

2) Las revoluciones sociales de la modernidad fueron gigantescas fábricas de profundas transformaciones sociales, pero también tempestivos escenarios que legaron traumas que perduran hasta nuestros días. Cuando en México se dice que la población difícilmente volvería a repetir la experiencia de 1910 a 1920, en la que murieron cientos de miles de hombres y mujeres, se dice algo más profundo que una simple referencia a un pasado violento.

3) Los cambios violentos trajeron consigo en la mayoría de los casos un poder dominado por los violentos protagonistas que los llevaron a cabo. Las revoluciones se vieron envueltas en una sistemática refutación de las ilusiones que las habían hecho posibles.

La certidumbre de lo inédito. El concepto de transición, que tuvo su auge en México desde principios de los años 90, ha tenido un derrotero mucho más breve y fatal que el de revolución. Ligado inevitablemente a historias visiblemente inconclusas, ha devenido metáfora calva, exenta de contenido, incapaz de movilizar (y mucho menos de explicar) los dilemas y los cambios que propició.

Los atributos mitológicos que los mexicanos solemos atribuir a la historia nos han llevado a especular, una vez más, en el mítico ciclo de los años 10, que pasa por las revoluciones de 1810 y 1910. Las contradicciones actuales, el desamparo político, la extrema polarización social por la que atraviesa actualmente el país abonan más a esa profecía que todas nuestras mitologías ocultas y no. Sin embargo, la idea de la revolución es un relato que ha dejado de producir significados no tanto por su antigüedad, sino porque codifica experiencias que se han vuelto intraducibles, y que tal vez pertenecen a un mundo que ya no nos habita. No obstante, el año de 2012, el de la sucesión presidencial –mucho más que el de 2010–, se antoja como un desafío monumental para que la sociedad pueda internarse en él sin salir más enfrentada de lo que ya lo está.

¿Cómo describir lo que está sucediendo en la sociedad mexicana si conceptos como el de revolución o transición parecen radicalmente incompatibles con nuestra realidad cambiante? ¿Cómo describir el desacuerdo entre una sociedad que prácticamente ya no acepta como dadas ninguna de las fórmulas que la distinguieron en el siglo XX y un orden político que no es capaz de cambiar de hecho ninguno de esos métodos?

Lo que está en ciernes es, eminentemente, una discontinuidad, llamémosle ruptura, ruptura social y política, no con la idea del cambio en general, sino de un cambio que sucede por donde menos se le esperaba.

¿Cómo codificar una ruptura social?

Tal vez, lo mejor que se puede decir es que la inspiración de ese cambio tendrá que venir de la incertidumbre de lo que no conocemos: no de las mitologías del pasado, sino de la imaginación del futuro.


viernes, enero 01, 2010

Oaxaca. "Un viaje al corazón del México Profundo"

Oaxaca

Un viaje al corazón del México Profundo IV y último
Andrés Manuel López Obrador

Periódico La Jornada
Jueves 10 de diciembre de 2009, p. 11

En julio de 2010 se celebrarán elecciones de gobernador en Oaxaca. En ese año, lleno de simbolismo, es posible terminar con 80 años de hegemonía del PRI-gobierno. Este cambio debe darse de manera pacífica y, obviamente, por la vía electoral. Pero no será fácil; como es sabido, existe un grupo político carente de ideales, sin escrúpulos ni sentido de responsabilidad. Sus ambiciones e intereses personales lo llevarán a tratar de mantenerse en el poder a costa de lo que sea y a seguir utilizando el dinero del presupuesto para traficar con la pobreza de la gente.

No en vano Ulises Ruiz ordenó a sus diputados federales aprobar aumentos de impuestos, gasolinas, diesel, gas y luz, para participar en el reparto del botín. El presupuesto de Oaxaca pasará de 34 mil millones de pesos en 2009 a 48 mil millones en 2010, 30 por ciento más. La mayor parte de este incremento será manejado por Caminos y Aeropuertos de Oaxaca (CAO), organismo que simboliza la ineficiencia y la corrupción.

De igual forma, seguramente, habrá una bolsa con mucho dinero destinado a la campaña del candidato del PRI para entregar despensas y materiales de construcción, y comprar votos; éste tendrá a su servicio a la mayoría de los medios de comunicación y se intensificará la guerra sucia. Ulises Ruiz contará con la complicidad de Enrique Peña Nieto y del PRI nacional y, desde luego, de la mafia en el poder que manda y decide en México.

Sin embargo, en Oaxaca hay condiciones inmejorables para lograr un verdadero cambio y establecer un gobierno del pueblo y para el pueblo. ¿En qué baso mi optimismo? En primer término, en que la gente tiene mucha conciencia sobre la realidad y está decidida a luchar por una transformación. Adonde quiera que fui, en todas las regiones, hasta en las comunidades más apartadas, me encontré a hombres y mujeres, jóvenes, ancianos, maestros, estudiantes, líderes sociales, jubilados, migrantes, profesionales, comerciantes, taxistas, pequeños empresarios, líderes de colonias, religiosos, ecologistas, defensores de derechos humanos y residentes en otros estados del país, con la voluntad de terminar con la pesadilla que han significado los gobiernos autoritarios e iniciar una etapa nueva en la vida pública del estado.

A las reuniones de información asistían muchas mujeres. Al principio me inquietaba su seriedad, sus rostros como de piedra, su aparente indiferencia. Llegué a pensar que estaban en desacuerdo con lo que decía, que no entendían bien o que de plano no hablaban castellano. Pero pronto comprendí que esta actitud obedece a su manera de ser y en realidad están informadas, interesadas y simpatizan con la causa de la justicia. De esto me di cuenta cuando al terminar cada acto iba a saludarlas de mano y ahí comenzaba el verdadero diálogo.

Me hablaban de sus problemas, de lo que pensaban, y entonces sonreían y era el momento en que me entregaban frutas, bolsitas de café, piloncillo, paños bordados y nos deseaban de distintas y emotivas formas, que nos fuera bien y que nunca las abandonáramos. Ese era uno de los motivos de retraso en el recorrido diario.

Visitar todos los pueblos de Oaxaca siempre implicó administrar bien el tiempo: no dejar de atender a la gente pero no tardar demasiado en cada lugar para cumplir con todos los compromisos. Aquí aprovecho para decir que en algunas partes me reclamaban porque duraba poco la visita. Recuerdo que en Santiago Yosundúa me contaron que el general Cárdenas se había bañado en el río, que había visitado su bella cascada y se había quedado a dormir.

A propósito del general, debo decir que aunque lo recuerdan en todas partes, en donde más lo quieren es en San Jorge Nuchita. Allí lo adoran, entre otras cosas, porque en los años sesenta, cuando era responsable de la Comisión del Balsas, les construyó el camino, les hizo puentes, presa, canales, escuelas, les introdujo el agua potable y la energía eléctrica. Ningún presidente de México ha tenido tanta comunicación con la gente y un amor tan profundo por el pueblo como el general Cárdenas.

El despertar del pueblo de Oaxaca tiene que ver con su innata inteligencia. Un día visité una remota comunidad cuicateca; aunque era un miércoles a mediodía y llovía a cántaros, a la asamblea asistieron como 200 indígenas. Mi grata sorpresa fue encontrar a un joven que leyó un manuscrito, citando a Oscar Wilde, y exponiendo su sentir de la siguiente manera:

“Basta ya de que el poder esté en manos de la clase privilegiada, de esa gente hipócrita que ha saqueado nuestra nación, vendiéndola al mejor postor y que siempre quiere más, endeudándonos, haciéndonos pagar algo por lo cual nunca disfrutamos, alegando que nuestro capital es insuficiente para solventar las necesidades de la nación, pero no será suficiente si los que están allá arriba, en el poder, cobran sueldos fuera de lo común, derrochan todo lo que pueden en lujos innecesarios, y es el colmo porque todavía hay que pagarles a los que ya no están como los ex presidentes de la República.

"Y aún tienen el descaro de decir que no les alcanza. Si a ellos no les alcanza, no se preguntarán entonces cómo vive un obrero, un peón, un campesino, otros que sumamos la mayoría, que día a día tenemos que luchar para medio comer, medio vivir y medio educar a nuestros hijos que asisten a escuelas públicas con baja infraestructura, a hospitales y a otras instituciones públicas tan deficientes".

Este joven, que luego supe que había estudiado la preparatoria en Oaxaca y que para poder hacerlo tuvo que trabajar de peón de albañil, con mucha claridad propuso: "Generemos objetivos comunes, reinventemos formas de definición democrática y pongámoslas en práctica pero, sobre todo, seamos fieles a nuestros ideales. Yo creo que es momento de que esto ya termine, y que al final, sólo sea un vago recuerdo de un mal sueño".

Así como él, hay mucha gente inteligente, comprometida y sensible. No voy decir sus nombres ni el de las comunidades en que viven porque sería inapropiado, pero tengo presentes sus anhelos. En Oaxaca existen numerosas organizaciones sociales y radios comunitarias que defienden sinceramente los recursos naturales, la cultura y los derechos humanos. Hay importantes asociaciones de productores y destacan las que se dedican a la comercialización del café. Conocí pastores, sacerdotes y religiosas que están contra las injusticias y a favor de los pobres, como las monjas que me encontré en Zaniza, quienes viven y trabajan ahí para la gente desde hace 30 años.

La mejor organización popular de Oaxaca es la de los maestros. Se trata de la sección sindical más democrática y de mayor dimensión social del país. Por eso, han sido muy golpeados y han estado sometidos a una intensa campaña de desprestigio. Pero me consta que trabajan con responsabilidad y están vinculados a las comunidades. En todos los lugares a los que fui había clases en días laborables: en las vísperas del 20 de noviembre, los encontré por la tarde y noche reunidos con padres de familia y estudiantes, haciendo arreglos y preparando los festejos y el desfile conmemorativo.

En mi gira por los 570 municipios de Oaxaca siempre me acompañaron los senadores Salomón Jara Cruz y Gabino Cué Monteagudo, no así otros dirigentes. Salomón Jara ha tenido la sensatez de no dejarse cautivar por el poder, como sucede con otros que al llegar a un cargo ya están pensando en merecerlo todo. Pasó la prueba, nada sencilla, de declinar a ser candidato a la gubernatura para apoyar a quien está mejor posicionado.

El caso de Gabino Cué es también muy interesante. Aunque proviene de una familia acomodada de la ciudad de Oaxaca y estudió en una universidad privada, tiene mucha sensibilidad social. Es un candidato idóneo para la gubernatura de Oaxaca porque reúne dos cualidades básicas: representa tranquilidad para las clases medias que suelen ser asustadizas y susceptibles de manipulación ante las campañas mediáticas de satanización o de violencia y, al mismo tiempo, cuenta con la confianza de los pobres que son la mayoría en el estado.

Por todo ello, considero que es posible el triunfo en las elecciones del año próximo. Desde luego, es indispensable convocar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para consumar esta gesta cívica y poner mucha atención en la defensa del voto, teniendo en cuenta que en 2004 inventaron 80 mil sufragios para imponer a Ulises Ruiz. La trayectoria de este personaje lo dice todo: su carrera la ha dedicado a realizar fraudes electorales por todo México.

A pesar de las grandes dificultades que habrá que enfrentar, mi pronóstico es que triunfará la democracia en Oaxaca. Su pueblo está decidido a establecer un gobierno de mujeres y hombres honrados y de buenos sentimientos, que no tenga como objetivo la venganza, sino la justicia. Asimismo, considero que es indispensable aplicar un programa para impulsar las actividades productivas porque hay mucho potencial para aumentar la producción y crear empleos. Por ejemplo, es inaceptable que, debido al abandono gubernamental, en los municipios de Santa María y San Miguel Chimalapa –de sólo 10 mil habitantes y con 580 mil hectáreas de tierras de primera, susceptibles de ser utilizadas para la agricultura de ciclo corto, para la ganadería y, sobre todo, para la producción de árboles maderables como el cedro y otras especies–, los jóvenes estén emigrando a Estados Unidos en busca de trabajo.

Es necesario apoyar a los productores de café, a las mujeres y los hombres que se dedican al tejido de la palma; fortalecer la economía de autoconsumo, entre otras acciones, con pequeñas obras para retener el agua y enfrentar las sequías, cada vez más frecuentes; fomentar el desarrollo forestal sustentable y proponerse como reto pavimentar en el sexenio los 290 caminos de terracerías que conducen a las cabeceras municipales. Esto parecería inalcanzable pero, al mismo tiempo, es una gran oportunidad para crear miles de empleos, abriendo frentes de trabajo por todos lados para construir seis mil kilómetros de concreto hidráulico, haciendo a un lado lo más que se pueda el uso de maquinaria, para emplear intensivamente la mano de obra. Claro está que para ello es indispensable una buena organización y un gran acuerdo con los gobiernos municipales a fin de sumar esfuerzos y recursos.

Hay que construir una verdadera alianza por la educación entre el gobierno y el magisterio, que contemple mejorar la calidad de la enseñanza, el respeto a las culturas indígenas y la aplicación de un programa de desayunos escolares y de becas para asegurar que ningún joven se quede sin la oportunidad de estudiar por falta de recursos económicos. De igual forma, hay que garantizar el derecho a la salud con atención médica permanente, no sólo de lunes a viernes, con medicamentos suficientes y gratuitos, y construir hospitales en las regiones más distantes. El programa de adultos mayores debe beneficiar a todos y apoyar sin restricciones a los discapacitados pobres del estado.

Asimismo, hay que aplicar una política de fomento a la cultura, el arte y las artesanías en especial, apoyando a los creadores en la comercialización de sus obras y productos. Y fortalecer la extraordinaria tradición de las bandas de música, con escuelas, maestros e instrumentos.

Un gobierno verdaderamente democrático debe atender los conflictos agrarios para evitar enfrentamientos y dar tranquilidad a la gente; también tiene que ponerse del lado del pueblo y defender los recursos naturales y los bienes de las comunidades, ante el acecho de empresas depredadoras en todo sentido, tanto nacionales como extranjeras.

Termino este relato no sin nostalgia. Tuve el privilegio de vivir esta gran experiencia. Siempre recordaré Oaxaca, sus hermosos paisajes, sus zonas arqueológicas y conventos. Cómo olvidar los majestuosos sabinos que son como las ceibas de mi tierra. Sus manantiales, cascadas y lugares tan bellos como San Juan Ozolotepec. O las tlayudas, el pan de Santo Domingo Tomaltepec y de Talea de Castro, el café de Pluma Hidalgo, los alebrijes de Tilcajete, el mezcal tradicional de San Juan del Río y Zoochila, el tejacate de San Andrés Huayapam y no le sigo para no herir susceptibilidades porque en todas partes hay cosas excepcionales pero, sobre todo, lo subrayo, el oaxaqueño es un pueblo con alma colectiva y una inmensa bondad.