sábado, julio 25, 2009

América Latina. "Desempolvando golpes de Estado"

La Jornada

Desempolvando golpes de Estado
Marcos Roitman Rosenmann

Todo hacía presagiar que los golpes de Estado eran recuerdos de una época sombría en América Latina. Atrás quedaban las dictaduras que poblaron el continente en los años 70 y 80 del siglo pasado. Un nuevo marco internacional se erguía bajo el paraguas del fin de la guerra fría y la ideología de la globalización. En medio de las reformas neoliberales y la reconversión del capitalismo, las protestas sociales eran reprimidas con fórmulas más “civilizadas”. No hacia falta recurrir a las fuerzas armadas. Poco o nada hacía albergar un cambio de perspectivas en la región. Sobretodo cuando se materializó el consenso entre la socialdemocracia, la izquierda institucional y la derecha de seguir el sendero del neoliberalismo.

En medio de este desierto, en 1994 el EZLN abría la puerta y otro mundo era posible. Las luchas sociales y los esporádicos espasmos de protesta se transformaron en un vendaval. Las opciones frente al neoliberalismo reclaman las autonomías regionales, el derecho de las minorías a su diferencia, acabar con la impunidad, las nacionalizaciones y el fin de las políticas excluyentes. Era un punto de inflexión. Un nuevo modo de entender la política desde abajo. Se demanda la ciudadanía plena con participación democrática.

Los gobiernos neoliberales ven zozobrar sus proyectos fundados en la democracia de mercado. Los efectos que produce son hambre, pauperización, pérdida de derechos civiles y exclusión social. Venezuela da un primer toque de atención. En 1998, Hugo Chávez, militar díscolo, gana las elecciones. Su programa contiene una reforma constitucional, una política anticorrupción y el desarrollo de la democracia participativa. La profundización de su proyecto inicial, la reforma agraria, la lucha contra el analfabetismo, salud para todos y la definición anticapitalista de su ideario le suman apoyos populares. Pero al mismo tiempo lo convierte en mal ejemplo para la región, siendo objeto de las críticas más abyectas. El neoliberalismo tiene un enemigo claro: Chávez y su programa. A partir de ese instante sus detractores hablarán de chavismo identificándolo como el renacer del caudillismo, el populismo y el neoestatismo desarrollista.

Mientras Venezuela cambia de rumbo, en Argentina estalla la crisis del neoliberalismo. El presidente Fernando de la Rúa se ve obligado a dimitir en los últimos días de 2001. “Que se vayan todos” será el sentir del pueblo a la política formulada desde arriba. La decisión de aplicar el corralito, consistente en prohibir las transferencias al exterior, en restringir el monto de dinero retirado de los bancos y la obligación de pagar con tarjetas de crédito, débito o cheques es la gota de agua que colma el vaso.

Otro tanto sucederá en Bolivia. La guerra del agua en Cochabamba, contra la privatización en el año 2000, presagia la dureza de posteriores enfrentamientos. La masacre del 12 y 13 de octubre de 2003 en el Alto y La Paz, con 26 muertos y 92 heridos, según datos, concluye con la renuncia y posterior huida a Miami del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada el 17 de octubre de 2003. La Central Obrera Boliviana, el Movimiento al Socialismo, junto al resto de organizaciones populares, son clave en su caída. También lo fue la retirada del apoyo de sus aliados de la derecha Manfred Reyes Villa (NFR) y de la socialdemocracia del MIR con Paz Zamora.

Ecuador vivirá algo similar en abril de 2005. Con el precedente de la destitución de Jamil Mahuad en el año 2000. Ahora es Lucio Gutiérrez quien abandona el poder por las presiones de las clases populares y el movimiento indígena Pachakutik. El estribillo “Lucio fuera” se generaliza por la acción de la radioemisora La Luna, que mantendrá informada a la ciudadanía hasta la huida de Gutiérrez en helicóptero a Brasil. Pero el neoliberalismo se cobra más víctimas entre sus adeptos. En Paraguay, la renuncia de Raúl Cubas en 1999; en Perú, Fujimori en 2000, acusado de corrupción, seguirá el mismo camino.
Si las fuerzas populares habían derrocado presidentes, no siempre lograban un triunfo electoral. Pasará tiempo para que las urnas reflejen la profundidad de las luchas democráticas. Primero Bolivia, luego Ecuador y por último Paraguay inscriben su nombre entre los gobiernos nacionalistas, democráticos, populares y antiimperialistas en la primera década del siglo XXI. A lo que se deben sumar los triunfos de Lula en Brasil y de Tavaré Vásquez en Uruguay, cuyas vocaciones reformistas rompían los ciclos de poder de las burguesías trasnacionales, creando expectativas sobredimensionadas a su posterior quehacer. En Chile el paradigma del neoliberalismo triunfante es gobernado por socialistas con una constitución emanada de la dictadura. Sin embargo, la corrupción, el aumento de paro, la desigualdad social y el fracaso del sistema educativo hablan de una crisis del modelo.

Así, el mapa de la región sufre un cambio. El equilibrio se rompe. Los gobiernos anticapitalistas modifican el escenario. Crean organismos fuera de la tutela de Estados Unidos y las trasnacionales. La integración se piensa desde dentro y desde abajo, emerge el Alba frente al Alca, el Banco del Sur frente al Banco Mundial y Unasur. La solidaridad se realiza sobre bases de igualdad. La cooperación tiene otra lógica. Las luchas populares se conectan aprovechando la experiencia regional como vía campesina, los foros mundiales, etcétera. Los triunfos de Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Lugo en Paraguay constituyen un escenario no previsto en los años 90 del siglo XX.

Lo anterior dispara las alarmas. Las empresas trasnacionales, el imperialismo y las burguesías locales ven peligrar sus intereses y su hegemonía. Es necesario revertir los procesos en marcha desestabilizando los gobiernos legítimos. El fallido golpe de Estado en abril de 2002 en Venezuela señala el retorno a un camino abandonado. Y para evitar sorpresas, en otros casos se recurrirá a fraudes electores. México, sin ir más lejos, en 2006. Los indeseados serán apartados impidiendo su acceso al Poder Ejecutivo.

El miedo se apodera de las oligarquías apoyando cualquier solución para retornar al poder. Los consensos de las transiciones llegan a fin.

Durante las dos administraciones Bush, Estados Unidos tuvo una política fundada en el unilateralismo, el combate contra el narcotráfico y el terrorismo internacional. El gobierno demócrata la aplica con ciertos matices y suma la doctrina Obama, versión moderna de la enmienda Platt: lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para América Latina. Ello supone el retorno de la política del garrote y la zanahoria. Y si en los 60 del siglo XX los enemigos a derrotar fueron la revolución cubana y el “castrismo”, hoy es “el chavismo” y sus aliados. Cualquier golpe de Estado con este enunciado será bienvenido, aunque formalmente se le condene al infierno.

miércoles, julio 22, 2009

México. Partidocracia y Mediocracia

La Jornada

Daños de la mediocracia

Luis Linares Zapata

La transición democrática en México está atenazada por dos pinzas: la partidocracia y su cómplice en disolventes aventuras: la mediocracia. Ambas deformaciones corren en paralelo y se retroalimentan en un sinfín de tareas y campos. Ambas son nonatas del modelo productivo y de gobierno que aprisiona las energías creativas de la sociedad. Estas malformaciones, que son sendos fenómenos de poder, se hermanan para provocar la injusticia distributiva que distingue, como vergonzoso estigma, a la sociedad mexicana. La perpetuación inclemente de privilegios a sus beneficiarios es la palanca motora de su existencia. Al mismo tiempo, dichos fenómenos van incubando los anticuerpos para su remoción y perfeccionamiento futuro.

El cambio puede llevarse a cabo de manera progresiva o, de oponer resistencias insalvables desde dentro del sistema, ocasionarán fisuras traumáticas que forzarán la ruptura de las ataduras que los presentan como dolorosa realidad. La partidocracia se encamina a su ruina y ya se atisba tras las penurias electorales recientes. Las tensiones internas de los partidos mayores y el desprestigio de los menores, algunos convertidos en cínicos cotos de negocios personales o familiares, van mostrando sus limitaciones y nulas posibilidades futuras ante el decaimiento de la confianza ciudadana. Los magros resultados en crecimiento y desarrollo: casi tres décadas de estancamiento y retrocesos les apuntan al corazón.

La mediocracia, a pesar de las presiones que enfrenta, tiene el suficiente vigor para que pretenda salir impune de los dramas y disputas en que se ha visto envuelta: evita la modernización de las telecomunicaciones, manipula el mercado publicitario, consolida sus tendencias oligopólicas, chantajea al débil poder constituido, forma, con sus propios defensores de oficio, una barrera de defensa ideológica contra las rutas alternas. Se erige, entonces, como el seguro inmovilizador de la transformación del sistema establecido y favorece sus intereses económicos y de clase. La mediocracia no ha dudado en convertirse en palanca (des)educadora de masas, y refuerza con ahínco los preconceptos que paralizan el de-senvolvimiento de la sociedad.

La mediocracia está compuesta por un denso conglomerado de empresarios –concesionarios, se les designa– que se han posesionado de la casi totalidad de los medios disponibles, los redituables y masivos. Todos se afilian, no sin cierta pasión, a una visión conservadora de la realidad circundante. Todo lo ven, a pesar del fraseo de responsabilidad social usado en discursos de ocasión y mérito, a través del mayor (maximizar, dicen) volumen de utilidades inmediatas. Los así nombrados concesionarios combaten con denuedo cualquier otra forma de organización que pueda contrariar su visión de los medios electrónicos como una empresa de carácter y finalidades mercantiles. A veces aceptan una realidad dada de concesiones distintas, pero entonces exigen, con gran tonalidad vocal, una competencia justa al capital invertido. Por ello entienden un campo libre de comercialización ajena, un terreno de captura reservado para sus afanes de lucro.

Lo cierto es que la estructura de los medios radio-televisivos del país se encuentra concentrada no sólo en la mollera de una mentalidad empresarial, que mucho tiene de retrógrada, sino en creciente entorno oligárquico que no duda ya de ejercitar el músculo político conseguido. Unos cuantos grupos concentran la inmensa totalidad del espectro radioeléctrico y, lo peor, su pugna por mayores concesiones lleva la clara tendencia de horadar, aún más, la complacencia del gobierno federal. Han llegado a la osadía de integrar senda camada legislativa para hacer avanzar sus intereses en el Congreso. Ya los antiguos personeros en las cámaras no les son suficientes.

Sabe la mediocracia que por el continente, y el resto del mundo, corre un fantasma llamando a pueblos y gobiernos para lograr equilibrios de derechos, posesión y libertades en los medios de comunicación. Sabe que, aquí, en su actual coto privado, la libertad de expresión realmente colectiva se deposita en una rala opinocracia a su entero servicio. Y no desean perder ese filón de poder ganado en duras, prolongadas y cruentas batallas. Saben que, por el momento al menos, llevan ventajas inigualables para amasar mayores concesiones, en robustecer su poder de influencia, modelar las inquietudes, apagar la imaginación y evitar la proliferación de formas que introduzcan los balances adecuados en la comunicación colectiva. De ahí el abierto combate a nuevos jugadores, a la radio-televisión comunitaria y demás medios de expresión divergentes de sus esquemáticas aportaciones.

Pero la sospecha de una corriente distinta de opinión inquieta a la mediocracia. Para contrariarla usará, qué duda cabe, su bien ganada fuerza legislativa. Sabe la mediocracia que la extrema fragilidad de los partidos mayoritarios les impedirá atentar contra el reparto de nuevas concesiones, en contra de sus ingresos entrevistos, aun en medio de esta voraz crisis financiera y de oportunidades en que se debate la nación. La ley Televisa quedó por un prolongado tiempo, que parece infinito, en la congeladora, a pesar de las promesas de insignes legisladores, una prueba fehaciente de su capacidad de cabildeo. El Poder Ejecutivo, con el señor Calderón en la retaguardia, es incapaz de tocarlos con la más leve reforma. Ni siquiera hay indicios de alguna iniciativa que pueda proponer, como en Argentina, una distribución distinta de concesiones (allá buscan que sea un tercio para tres estamentos sociales). Pero los sucesos que se observan tanto en Honduras como en Venezuela, Ecuador o Bolivia, donde los medios forman sendos grupos de presión, lanzan alertas que deben estudiarse si se quiere retomar el impulso democratizador. La mediocracia es un escollo mayor, tanto o más que la partidocracia que tanto se empeñan en apuntar. Un señuelo a modo de conveniente distracción para atar los impulsos democráticos.

jueves, julio 16, 2009

México. "La lucha por la democracia"

La Jornada

La lucha por la democracia

Gustavo Esteva

Apesar de todas sus deficiencias, las elecciones expresaron con claridad el rechazo radical a las clases políticas y el creciente desprecio ciudadano por los partidos. Perdieron todos ellos, aunque alguno se pretenda triunfador.

Terminada esa distracción, es tiempo ya de ocuparse de la democracia.

Una de las áreas que hace falta explorar es la profunda mutación política que se ha producido en un número creciente de personas y grupos. Si bien esto se observa sobre todo en áreas campesinas, particularmente las indígenas, también aparece en los barrios urbanos. Es el paso de la lucha por la tierra a la defensa del territorio.

El despojo sistemático, durante la Colonia y el México independiente, concentró el esfuerzo de indígenas y campesinos en la lucha por la tierra. No termina aún. Tratan de obtenerla quienes se llaman aún, con expresión extraña, campesinos sin tierra. A pesar de la campaña sistemática para deshacerse de la población rural, existen actualmente en el país más campesinos que nunca. Su proporción en el conjunto de la población se ha invertido. Eran más de dos terceras partes del total hace 50 años; hoy son menos de la tercera parte. Pero siguen siendo muchos millones y una parte de ellos sigue peleando por un pedazo de tierra.

La misma lucha aparece en las ciudades. Se trajo a ellas la tradición rural de la invasión, la ocupación ilegal, la conquista progresiva de un espacio. La “regularización” de la tenencia del predio requiere habitualmente tantos años como la construcción misma de la casa. Es una lucha que aún no termina, tanto por los que siguen requiriendo un espacio propio como por los que esperan todavía la “regularización” del que ocupan.

Esta vieja lucha se ha convertido ahora en otra más profunda y relevante: la defensa del territorio. Sus motivos inmediatos son múltiples, pero casi siempre tienen un denominador común: la intrusión de una empresa nacional o trasnacional, respaldada por el gobierno, que amenaza la existencia de los dueños legítimos del territorio, por la ocupación directa del suelo o por la utilización de sus recursos.

Felipe Calderón sigue dedicado a la venta del país entero y en muchas regiones se encuentra ya en la etapa de entrega de la mercancía. Se abre así toda suerte de conflictos con los habitantes rurales o urbanos que necesitan ser desplazados para ese fin. Pero la gente no está dispuesta a permitirlo. Se han organizado para resistir y se ocupan con notable vigor de la defensa del territorio, a menudo a partir de amplias coaliciones horizontales que se han ido forjando en el camino. El principal ejemplo sigue siendo el de los zapatistas, pero los casos se multiplican por todo el país. Cada vez más, deben enfrentarse a fuerzas represivas que intentan conseguir mediante la violencia lo que no es posible obtener a través de un proceso político democrático.
Quienes experimentan hoy esta mutación, que representa un ejercicio radical de la soberanía popular, pueden apoyarse en una vieja tradición. La lucha por la tierra empezó en la Colonia como empeño para recuperar los regímenes comunales que formaban el modo de vida de los pueblos indios. Buscaban tener de nuevo el territorio en que podían gobernarse a sí mismos. Exigían ante la corona española la recuperación de sus ejidos –la palabra que allá podían entender. Ejido, que viene del latín exitus, salida, era el terreno a la salida de los pueblos que los campesinos españoles empleaban en común. Cuando los invasores encontraron los complejos regímenes comunales de los pueblos indios les encontraron algún parecido a sus ejidos y les pusieron ese título genérico. La lucha logró algunos resultados. Al final del periodo colonial, las Repúblicas de Indios, como se les llamaba, ocupaban 15 millones de hectáreas.

Los pueblos sufrieron nuevos despojos en el México independiente. La memoria colectiva se mantuvo. La revolución se desató en 1910 con la idea de reconstituir los ejidos, destrozados por el porfiriato; sólo más tarde apareció el lema de Tierra y Libertad. Millones de campesinos e indígenas querían de regreso sus propios espacios, no sólo un pedazo de tierra. Y no pararon hasta que, a partir de los años 30, empezó la recuperación que creó el ejido cardenista y reconoció la comunidad agraria.

En esa tradición se apoyan hoy los pueblos indígenas y campesinos que en la defensa vigorosa de su territorio encuentran la base para sustentar, con su modo de vida, una nueva forma de auténtica democracia.

gustavoesteva@gmail.com

La izquierda en México. "Refundación, la alternativa"

La Jornada

Refundación, la alternativa

Octavio Rodríguez Araujo

Lo único que es imperdonable al PRD es la incapacidad de sus dirigentes para aprovechar la profunda crisis que vive el país con propuestas alternativas. Tenían la mesa servida y la volcaron con alimentos y bebidas. Lo más asombroso es que se quedaron sentados en sus sillas, como si no hubiera pasado nada, y sólo cerraron los ojos para evitar la salpicadura de lo que estaba en la mesa y cayó al suelo. Ni se les ocurrió pensar que si los demás se quedaban sin comer, ellos también. La mesa no se volcó sola, la tiraron los propios comensales y desperdiciaron su contenido, incluidos los errores de Calderón, que eran y son gran alimento para los partidos opositores, si hubieran sabido aprovecharlo. Bueno, el PRI sí los aprovechó parcialmente, y digo parcialmente porque en realidad usó su fuerte y organizado aparato para ganar, más que elaborar propuestas a partir de todo lo que no anda bien en el país.

La dirigencia del PRD y el mismo López Obrador, cuya voz suele llegar más lejos que la de Jesús Ortega, no articularon un programa de campaña a tono con los principios de su partido, que, mal que bien, tienen diferencias con los de otros partidos igualmente competitivos (en 2006, porque ahora el sol azteca está muy por debajo del PRI y del PAN).

Hicieron de la campaña electoral una copia, no sé si fiel o defectuosa, de las vacías campañas de sus adversarios. Y sus dos relativos aliados, PT y Convergencia, no sólo hicieron lo mismo, sino que incluyeron entre sus candidaturas a gente como El Fish y Adolfo Orive, ambos de triste memoria para quien todavía la tiene (porque hasta la memoria se ha perdido).

No era muy difícil preparar un programa electoral ante la situación del país provocada, en buena medida, por los neoliberales que se apoderaron del gobierno federal, tanto priístas como panistas, desde 1982. La denuncia y su propuesta de solución de tantas políticas contrarias al pueblo de México y al país en su conjunto estuvieron ausentes en la campaña del PRD, el partido supuestamente de izquierda. Hay aspectos muy sentidos por la población que ni siquiera requieren los conocimientos de un buen economista para exponerlos. Bastaba bajarse del pedestal, salir a pie a la calle y conversar con la gente para conocerlos. Los ignoraron, como ignoran a la base de su partido, y cambiaron las propuestas por frases huecas y fotografías que no dicen nada, pues hasta en sus barrios son desconocidos.

Los chuchos querían el partido y cuando lo consiguieron, gracias al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el mismo que dio el triunfo a Calderón, no supieron qué hacer con él. En lugar de sumar, restaron; en lugar de fortalecer el partido lo debilitaron; en lugar de recurrir a sus bases para llevar a la gente sus principios y programa, las ignoraron. En síntesis, se embelesaron con sus cargos de dirigentes y racionalizaron tontamente que el partido eran ellos y no todos los que, por mil razones, se afiliaron a él. Olvidaron una antigua práctica de las izquierdas, que por muchos años consistió en convertir a los afiliados en militantes y formar cuadros políticos para mejorar la acción de sus bases. La capacitación política, que en sus primeros años se intentó con enorme timidez, fue abandonada y los afiliados lo único que conocieron de su partido fue lo que aparecía en periódicos, es decir, pleitos, corrupción económica y política, ausencia de ética partidaria, zancadillas y componendas viciosas para repartirse el maltratado pastel.

Los líderes, unos dirigentes y otros no, dejaron de lado las discusiones necesarias para establecer acuerdos, al menos en lo que tenían en común, y antepusieron sus intereses personales y de grupo en lugar de pensar en el partido como un edificio que se construye y al que debe darse mantenimiento. Esos líderes emprendieron una estúpida lucha de hegemonías y el resultado fue que ninguno la logró. Sólo obtuvieron parcelas de poder y aún no saben para qué. Digamos que les faltó humildad, por no referirme a la honestidad.

Hoy los líderes quieren arreglar las cosas (ahogado el niño) mediante negociaciones de cúpula, ya que no saben hacerlo del modo en que debieran, por ejemplo con un plebiscito interno (si acaso tienen un padrón de afiliados y militantes). Puede ser que se pongan de acuerdo, pero pasan por alto que un partido no es su dirigencia. Ahora hasta el PAN, tradicionalmente un partido de cuadros, trata de ser de masas, con todo lo que esto implica.

El PRD no perdió por ser de izquierda, si acaso lo ha sido, sino porque no ha sabido ser un partido. Y no ha sabido porque sus dirigentes actuales, lejos de tomar el ejemplo de AMLO en 2006, que les guste o no posicionó al partido como la segunda fuerza electoral, actuaron como adolescentes rebeldes que, con tal de no ser confundidos con el padre o el hermano mayor, hacen lo contrario para afirmar su personalidad en construcción.

En todos los partidos hay corrientes ideológico-políticas y tendencias, pero en el PRD, desde su fundación, ha habido grupos, denominados tribus, y éstas nunca quisieron disolverse por el bien del partido, la organización que fundaron todos. Lo peor, incluso una vergüenza, es que algunos prefirieron hacer acuerdos, bajo el agua, con los adversarios que con los de su propio partido y con otros que han sido aliados naturales. Si se tratara de ciudadanos de un país estableciendo acuerdos con el gobierno de otra nación, se les llamaría traidores. En el PRD no han faltado los que han querido invertir las cosas, so pretexto de los estatutos, y llaman traidor a quien ha querido fortalecer el partido y sus alianzas con semejantes y no a quien ha transado con el gobierno que a la mala se hizo de él.

Refundar el PRD, después de un análisis serio y honesto de lo que ha sido su historia, no es una expresión sin sentido: es una necesidad. El país necesita una izquierda partidaria y diferenciada de sus adversarios, y no sólo un cambio de dirigentes, como está intentando el PAN.

miércoles, julio 15, 2009

La izquierda en México. "El tiempo apremia".

La Jornada

La izquierda agotada

Luis Linares Zapata

Las pasadas elecciones se dirimieron sobre una enorme capa de tragedias: casi tres décadas de raquítico crecimiento continuado, violencia creciente que remata con una caída dramática del PIB en el primer semestre de 2009. Terrible situación que amenaza con extenderse más allá de lo previsible, contrariando los infantiles y tramposos pronósticos oficiales. La mayor debacle económica que se recuerde en el México posrevolucionario. Y, con este telón de fondo, cruento para millones de ciudadanos, la derecha, apeñuscada en su partido predilecto (PAN), mostró las debilidades que la caracterizan: nulo contacto y desprecio por las mayorías de abajo, visiones constreñidas a una clase social específica (los suyos), ignorancia y soberbia, ambiciones desatadas por enriquecerse y una inoperancia completa en el manejo de los asuntos públicos. Nueve años en posesión del Ejecutivo federal han sido suficientes para que esta derecha saque a relucir sus alebrestadas limitaciones.

Otro segmento de esa categoría sociológica derechosa se refugió en el verde ecologista, donde un clan de negociantes rapaces vende una imagen edulcolorada y mentirosa a todo el que se deje engatusar. Las pulsiones de la extrema derecha, constipada por la violencia del crimen, apuntalaron, con su voto, el talante intolerante que la describe a través de la historia.

Pero, ¿qué pasó con la izquierda? Quizá el conjunto mayoritario de los votantes, tal como mostraron en 1988 y en 2006 y sin duda acicateados por las tribulaciones, prestigios comprometidos y rampantes tonterías de sus agrupaciones partidistas, se desperdigaron en variadas direcciones. Unos, la parte sustantiva de los llamados independientes (sin partido), se quedaron en sus casas rumiando sus frustraciones. Otra parte sucumbió al interesado canto del voto nulo que entonaron, con ahínco y micrófonos abiertos, tanto críticos respetables como intelectuales orgánicos de los medios. El resto se decidió, con reticencias notables, por dar al PRI una oportunidad más.

El punto nodal de los errores de la izquierda se desató en su dispersión. No pudieron, por falta de talento y los pequeños odios e intereses personales de una parte de la burocracia perredista encumbrada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) presentar un frente unido contra sus debilitados y hasta torpes rivales. Se perdieron (chuchos) en una serie de escaramuzas contra el que les parece un guía autoritario, divisor y rasposo (AMLO). Frente a él trataron de definirse, auxiliados por cuanto vocero autorizado de la derecha encontraron. No hubo comentarista televisivo, locutor desmadejado o miembro conspicuo de la opinocracia nacional que no preguntara por el deslinde, que pidiera la aplicación del reglamento partidario que exige la expulsión del renegado. Y ellos, alegremente, saciando sus querellas, se entregaron a este triste pasodoble que terminó, ahora se ve con claridad meridiana, en sonoro fracaso.

Se perdió la oportunidad de presentar un frente unido, vigoroso, con ascendiente moral, opuesto a los desvaríos panistas y de la plutocracia. La crisis, sin embargo, es en verdad dañina y acumuló inmenso arsenal para la izquierda, que fue desaprovechado. El profundo malestar que se siente por todas partes, que recorre callejones con almas contritas, congela sonrisas otrora a flor de piel, atemoriza al más aventurado, paraliza la imaginación, nubla la vista del futuro y merma la esperanza, fue intencionalmente leído en forma desviada por propios y aliados. Se le confundió con un mero asunto electoral y, por eso, se levantó el vocinglerío pidiendo reformas de las reformas electorales. La relección fue entronizada, noche, día, mañana y hasta en la cena de postín, como la cura contra todo mal que aqueja a la democracia mexicana. También había, argumentan con autoridad sobajada, que restituir a los ciudadanos la libertad de expresión incautada. En realidad, un eufemismo para ocultar el pasado libertinaje en el uso y abuso de los medios electrónicos por parte de los grupos de presión. En el fondo, una intentona por recuperar la extraviada tajada de poder y los negocios mayúsculos perdidos.
Con su mermada, casi agotada, capacidad de maniobra, los chuchos se aferran al cargo y las prebendas. Serán un fantasma en busca de redención y calor. Seguirán, al menos por cierto tiempo, según narran los acuerdos poselectorales logrados, al mando de su fracción, muy desprestigiada por cierto. No saben ganar elecciones, ya sean propias o las de su partido. Pero tampoco visualizan la ruta adecuada a seguir y por eso su trasteo es fútil. La política no es, por esencia, según afirman estudiosos del tema, negociación constante. Es, en cambio, conducción organizada, visualización de metas y puertos de llegada, seducción de militantes, programas justicieros, elección de compañeros, identificación de rivales, movilización de recursos, prédica del evangelio propio, previsión de rutas alternas, solidaridad con el débil o el extraviado y otros asuntos adicionales que la desperdigada izquierda no pudo tejer para derrotar al adversario.

El discurso y el método de trabajo empleado por AMLO para levantar el formidable movimiento que pretende la transformación del país, su vida económica, cultural y política, parece que arrojan rendimientos decrecientes. Hay, por tanto, imperiosa necesidad de acondicionarlos a las necesidades del presente y, sobre todo, del futuro que nos aguarda, tanto en la profundización de la crisis venidera, como a sus posibles salidas. Los llamados a la esperanza que hizo de manera repetida López Obrador en su peregrinar por todos los rincones de esta atribulada nación exigen imaginar formas concretas, operables, circunstanciadas para hacerla comprensible y atrayente al mayor número de mexicanos. Es imperioso articular una estrategia interclases para abarcar sectores más vastos, la juventud en primer término. Los que ahora apoyan de manera decidida al movimiento y que emitieron su voto por la izquierda no son, ni de cerca, suficientes para ganar la próxima contienda. La tarea es ardua y el tiempo apremia.

martes, julio 14, 2009

México. Fracaso Rotundo de la Derecha.

La Jornada


Ciudad Perdida
La historia se escribió en Iztapalapa

PRI: ¿oposición leal o real?

Miguel Ángel Velázquez

En la pasada elección se pusieron a prueba, más allá de las curules o las chambas de gobernador, las dos opciones que oferta la política a la ciudadanía en el país. El México en guerra, que utiliza los impuestos para la compra de balas y armamento, y el otro, que pelea por crear condiciones de menor desigualdad.

Fue la elección intermedia más importante de la que se tenga memoria, porque desde Los Pinos se diseñó una estrategia que convirtió esa jornada electoral en referendo para dar legitimidad a Calderón. Sin hacerlo explícito, una parte del panismo pretendió probar que la mayoría de los mexicanos está a favor del accionar desde Los Pinos, pero el fracaso fue rotundo.

La elección fue precedida de un bombardeo de propaganda que no hablaba de las bondades de los candidatos azules ni de las opciones que presentaban para su electorado, sino de la figura de Calderón y su necesidad de legitimarse en una contienda en la que no se arriesgaba su mandato, pero en la que se podía probar que, pasado medio sexenio, una mayoría ciudadana cargaba la pila del gobierno del panista con la legitimidad del voto. Calderón volvió a perder.

La campaña se centró en advertir al electorado que sería necesario su voto para seguir con la guerra en contra del narcotráfico, y en algunas otras cosas que buscaban posicionar a Calderón y su gobierno entre la gente.

El voto, entonces, serviría para mostrar que si bien en 2006 su mandato quedó en entredicho, la contienda demostraría que sí, que la gente estaba de su lado, y que no cabría, en adelante, ninguna duda sobre la legitimidad del gobierno que preside. Pero falló.

La última oportunidad para destruir los argumentos de la oposición real se esfumó; el golpe para regresar a la realidad fue seco, contundente, y lo peor, ahora no habrá encuesta que pueda hablar de la popularidad de Calderón, o de qué tanto se aprueba su mandato. La encuesta de todas las encuestas ya se hizo, los datos están a la vista de todos. Por consejo de los asesores, se apostó mucho, y se perdió mucho.

En la ciudad de México, la historia se escribió en Iztapalapa. Contra todo, y prácticamente contra todos, el pueblo de aquella delegación, a convocatoria de la injusticia, y de Andrés Manuel López Obrador, sembró la idea de que algo se puede hacer en contra de los dictados de la ley que se vuelven en contra de la voluntad de la gente. De eso ya hemos hablado en otras entregas, pero lo que queda pendiente es el resultado de este referendo, de esta consulta, o como se le quiera llamar, que dejó a Felipe Calderón casi sin margen de maniobra.

Por un lado la derrota que, como dijimos, le impide legitimar su mandato, y por el otro un Congreso que le es adverso. Mucho dependerá del accionar del PRI, de su decisión de ser una oposición leal o entender que para llegar al 2012 debe ser una oposición real, y para ello no puede, en ningún momento, avalar las decisiones que pudieran perjudicar aún más a la gente y que provengan de las oficinas de Calderón.

Y por si algo faltara, debemos recordar que la fuerza electoral que se supone ha ido construyendo durante casi tres años López Obrador, y que tiene más de dos millones de afiliados, no se ha mostrado, como sucedió en Iztapalapa; es decir, la sorpresa puede brincar por aquel lado. Así va el marcador, hasta ahora.

De pasadita

Por si fuera poco, hoy nos enteramos de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación consideró “delito electoral” los daños en propiedad ajena que causó el diputado perredista Víctor Gabriel Varela López la noche del 11 de junio pasado, cuando ese mismo organismo despojó de la candidatura del PRD a Clara Brugada. El asunto es serio porque la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade) dio entrada a la denuncia, y desde la PGR, órgano al que pertenece la misma Fepade, se ha pedido al Congreso que desafuere al diputado para seguirle juicio por los “daños” que causó con su entrada al tribunal. Es muy probable que Varela, electo ahora diputado local, sea desaforado y sometido a juicio por el “delito electoral” de daño en propiedad ajena. ¡Qué barbaridad! ¿Hasta cuándo los van a dejar hacer lo que se les pegue la gana?

ciudadperdida_2000@yahoo.com.mx • ciudadangel@hotmail.com

domingo, julio 12, 2009

"México: gobierno y sistema, más ilegítimos que nunca"

La Jornada

México: gobierno y sistema, más ilegítimos que nunca

Guillermo Almeyra


Las elecciones realizadas el 5 de julio pasado demuestran una vez más la ilegitimidad del gobierno y la crisis del sistema. Sólo votó 43.74 por ciento de los empadronados, a pesar de los miles de millones de pesos gastados por el gobierno para instar a votar y dar legitimidad al espurio presidente Felipe del Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, impuesto por el fraude hace tres años.

Así, si se suma la abstención de más de 56 por ciento con los votos anulados, que se duplicaron y ascendieron a 5.04 por ciento del padrón, y si dividimos ese casi 44 por ciento entre los tres grandes partidos y los partiditos menores, veremos que el Partido Acción Nacional (PAN), clerical derechista, partido de gobierno, no representa sino una porción reducida de los electores, y el “ganador”, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), expulsado del gobierno hace nueve años por corrupto y antidemocrático, llega cuando mucho a cerca de 15 por ciento del padrón, mientras el Partido de la Revolución Democrática (PRD), cuya dirección conciliadora con el gobierno provocó el repudio de muchos de sus votantes tradicionales, queda tercero (estaba segundo), lejos de los dos primeros que, en realidad, consiguieron un resultado cuatro veces menor que el heterogéneo “partido” de la abstención y del voto nulo, el cual, en realidad es la fuerza mayor.

Es evidente que entre las abstenciones se cuentan las de quienes, por haber emigrado fuera de sus sedes, no podían votar, y la de los enfermos, más las clásicas de los desinteresados de siempre, y no pueden ser contabilizadas todas en el sector que repudió las elecciones. Pero lo cierto es que más de la mitad del país no escuchó las exhortaciones gubernamentales, patronales, de la Iglesia y de los aparatos partidarios a acudir a las urnas y, por lo menos, demostró desinterés. El gobierno nacido del fraude ahora es doblemente ilegítimo, por su carácter minoritario y por su derrota ante el desprestigiado PRI.

El PAN, en efecto, vio caer el número de sus diputados de 206 a 141 y perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, que pasó a manos del PRI, que obtuvo 237 de los 500 diputados y que, con sus aliados del Partido Verde Ecologista (22), tiene mayoría absoluta en dicha Cámara. En cuanto al PRD, perdió 40 por ciento de sus diputados (conserva sólo 71, muchos de ellos, además, adversarios de la dirección y partidarios de Andrés Manuel López Obrador, quien llamó a votar por los partidos del Trabajo y Convergencia y venció de modo aplastante al PRD en la zona obrera de la capital, la delegación Iztapalapa, con Juanito, un candidato popular desconocido).

El PRI es un partido de derecha, al igual que el PAN, aunque de una derecha laica, no clerical. Es un partido de caudillos con su respectiva clientela, de burócratas sindicales corrompidos, de caciques “campesinos” que hace tiempo no ven el campo ni en fotografías. Ha estado aliado con el PAN (y con la dirección derechista del PRD) en todas las porquerías posibles y, por supuesto, podrá volver a estarlo y formar una especie de mayoría de geometría variable, un PRIAN, en todas las cuestiones donde el interés de los grandes capitalistas nacionales y extranjeros estén en juego.
En el PRI, además, militan gobernadores asesinos, como el de Oaxaca o el del estado de México, o cómplices de pederastas, como el de Puebla, todos ellos ligados con la extrema derecha y los empresarios, y uno de sus exgobernadores –de Quintana Roo, la zona donde está Cancún– estuvo preso largo tiempo por dirigir el narcotráfico en el sur. Su triunfo, por tanto, aunque debilita al PAN como partido, no debilita a la burguesía sino que le da ciertas garantías, al menos en los sindicatos y organizaciones campesinas que controla burocrática y gansterilmente. De todos modos, en el PRI –a diferencia del PAN– existen aún restos de una ala laica, anticlerical, nacionalista, lo cual provocará tensiones en ese partido en el momento de pretender privatizar el petróleo o la energía eléctrica o de anular la legislación laboral para “flexibilizar” todavía más el mercado de trabajo y rebajar aún más los salarios reales…

En cuanto al PRD, desaparecida la ilusión de poder cogobernar con una política de derecha panista-priísta, probablemente presenciaremos una doble emigración de oportunistas (o no): hacia el PRI o hacia López Obrador, que refuerza su estructura paralela; fuera del PRD, consiguió que el Partido del Trabajo y Convergencia conserven su registro electoral (que podrá utilizar si no obtiene el del PRD) y sigue organizando a millones de personas, muchas de las cuales no votaron esta vez.

De la otra campaña y de los grupos de izquierda, mejor no hablar, pues sigue presente la tarea no realizada y muy resistida de la unificación de la izquierda social y política detrás de un programa común, de frente único, para aparecer como alternativa anticapitalista.

De todos modos, ahora, después del reacomodo interburgués, vienen los problemas reales: la crisis que se agrava, el problema social, la pérdida de la válvula de escape de la emigración y de las remesas, la presión del capital financiero internacional para acabar con la estatización de Pemex, el crecimiento del narcotráfico y el desgaste consiguiente del Ejército. Como siempre, en la cancha se ven los caballos, y la cancha, esta vez, está en pésimas condiciones…

viernes, julio 10, 2009

México y el Mercado del Poder.

La Jornada
Astillero
Julio Hernández López


Que cambien a Chucho para que no cambie nada. Individualizar los problemas con una guillotina sin filo ideológico ni estructural para que continúe el gran negocio tribal de las candidaturas y los cargos. Falsos actos de contrición poselectoral con la vista puesta en la continuidad del negocio de aparentar ser de izquierda (¿de qué ha servido a las causas populares la llegada de candidatos postulados por el PRD a las gubernaturas y presidencias municipales? En términos generales, con algunas excepciones, destacadamente la de López Obrador, para confirmar que no hay consistencia ni proyecto ideológico, que en el ejercicio del poder esos “izquierdistas” son tan corruptos, insensibles y frívolos como sus colegas de otros partidos y que la ilusión de la llegada al poder ha sido una soberana tomadura de pelo. ¿Cuál ejemplo actual se quiere tomar? ¿El panismo sin clóset del represor Zeferino, en Guerrero; la monarquía familiar de Amalia en Zacatecas; la corrupción beneficiaria de familiares en Baja California Sur de Agúndez y Cota; la disipación y el chanchullo en el Chiapas del césar sureño apellidado Sabines? ¿El colaboracionismo mal pagado y el espectáculo de agachonería del michoacano Godoy y la Familia poderosa? Y no se hable del espectáculo persistente en muchos estados del país donde camarillas de vividores, apoderados del entramado partidista y manipuladores expertos de reglamentos y convenciones, venden a los gobernadores las candidaturas viables (por la vía plurinominal) para que acaben como aplaudidores de alquiler y obstructores o difamadores por encargo de opciones civiles de auténtica oposición. ¿Ése es el PRD que se quiere o “se debe” salvar? ¿La continuidad de los espectáculos de los fraudes internos y las conductas vergonzosas de los “cuadros” distinguidos, para más delante llamarse a engaños y traiciones, y enseguida retomar el hilo de ese círculo pernicioso del engaño sabido y consentido?

Pero lo importante es simular que algo se hace en términos onomásticos, como si el cambio de personas significara por sí mismo transformaciones de proyectos y estructuras. Con un agregado ominoso para las expectativas de quienes creen posible articular en una vía fresca, distinta, sin lastres conocidos, el amorfo movimiento de resistencia al calderonismo (y, ahora, al priísmo peñanietista y beltrónico, es decir, salinizado), pues con la misma zanahoria añeja del pragmatismo que con frialdad exige negociar, ceder un poco (¡pero nunca en los principios, oh, sí!) y aceptar la realidad tal cual maloliente es, podría ser pospuesto el deslindarse de las alcantarillas sabidas y el convocar a nuevas formas de organización: un fantasma ronda el futuro de la izquierda modernamente decidida a reunificarse, el de engañar con la caída de una cabeza chucha y abrir el paso a arreglos con los negociantes de siempre que en esta ocasión actúan con otras caretas, como la del cuauhtemismo adecuadamente caracterizado como tercera vía, supuestamente ajena al entreguismo de los chuchos y a las posturas “extremas” del lopezobradorismo. ¡Salve, Chucho, los que a nombre de tu testa devaluada van a reordenar el negocio del PRD te saludan!
Ni siquiera formas de simulación han quedado en el banco sin fondos del felipismo que el domingo anterior terminó su sueño de haber gobernado. El ex presidente Calderón (fue presidente del comité nacional panista) enfrenta el desmoronamiento del grupo de aficiones compartidas que se hace pasar por gabinete y parece impotente y desplazado ante una rebelión clara de panistas que quieren una renovación general de cuadros directivos en todo el país (¿los demás dirigentes, nacionales y estatales, deberían corear “Germán somos todos”?). La reducción acelerada del calderonismo a su nivel político real (un poco más que la nada) es una consecuencia natural de su impreparación e inviabilidad originales: el licenciado F.C. nunca tuvo condiciones reales para encargarse de la Presidencia de la República y, posesionado de ese sitio mediante fraude electoral que las consecuencias demuestran inequívocamente, sólo se dedicó a cumplir fantasías y obsesiones grupales, a repartir el pastel del presupuesto y los negocios entre sus favoritos, a desarrollar una estrategia desesperada de militarización para tratar de hacerse de hilos que le permitieran tener algún tipo de control, a tomar decisiones desquiciadas o mal intencionadas como sucedió con la gripe porcinizada, a hundir económicamente al país más allá de lo que la crisis globalizada hubiera hecho y a jugar tragicómicamente con autoexaltaciones como la de salvador del mundo que no pudo con el PRI.

El peñanietismo mapacheril está en el fondo de la simulación democrática del pasado domingo. El candidato de Televisa a la sucesión presidencial repartió dinero en efectivo y envió brigadas de “operación electoral” a cuanto lugar pudo en los pasados comicios. Querétaro y San Luis Potosí son dos ejemplos de redituabilidad de esos portafolios de inversión electoral que ofrecieron las arcas del estado de México y ciertas fuentes indetectables, respaldadas por otros gobernadores que están en la “polla” para 2012. El “milagro” tricolor está sustentado en la manipulación de la pobreza nacional, la compra directa de votos, el financiamiento sin recibo de las estructuras de acción electoral y el envío de expertos en esa “ingeniería” que asesoraron y coordinaron los trabajos en todos los sitios donde hubo acuerdos futuristas. El saldo de la proeza dominical mapachona hizo subir los bonos rumbo a 2012 del empresario del voto y su copete patrocinador.

Y, mientras Vicente Santa Anna cree llegado el momento de regresar de su hacienda de Manga de San Cristóbal para que La nación (es decir, la revista oficial del PAN) le aclame y le ruegue que regrese a tomar el mando del negocio en riesgo, ¡feliz fin de semana, con el Washington Post enterándose de las atrocidades militares en México y el bebé Bours dormidito en su guardería llamada Impunidad!

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