Enrique Dussel A.*
¿Liderazgo o carisma? ¿Puede un líder ser democrático?
Max Weber al definir el poder se refiere a los tipos de dominación, e indica que junto a la dominación legal o la de la tradición se encuentra la dominación carismática. Es un "modo de legitimidad" para el sociólogo alemán, pero en realidad confunde muchas cosas. En primer lugar, la dominación es ya un ejercicio fetichizado del poder -ya que el poder político no es necesaria ni propiamente dominación (véanse las cinco primeras tesis de mi librito 20 tesis de política). En segundo lugar, la legitimidad es definida en relación con "la posibilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado" (Economía y sociedad, FCE, 1984, p. 170), sabiendo que "obediencia significa que la acción transcurre como si el contenido del mandato se hubiera convertido en máxima de su conducta" (de los obedientes) (p. 173).
Por el contrario, la obediencia, como "poder obediencial" (recogiendo la sugerencia de Evo Morales), consiste inversamente en la escucha de las demandas justas de la comunidad política o pueblo que el político carismático reconoce como propios. Y por ello la legitimidad se define en referencia a la convicción subjetiva de los miembros de la comunidad política de haber participado simétricamente en las decisiones adoptadas por el pueblo y obedecidas por el que ejerce delegadamente el poder institucional.
De esta manera, el que ejerce el liderazgo no apoya su legitimidad en el magnetismo mágico, irracional o emotivo del carisma que pretende poseer y que torna a una comunidad obediente ante el ejercicio de una dominación del investido por un tal poder. Muy al contrario, el que ejerce el liderazgo democrático apoya su legitimidad en la racionalidad del ser obediente en el cumplimiento de las demandas justas de los adherentes, de la comunidad, del pueblo; los que por su parte han participado simétricamente en la formulación de las demandas por consenso (última fuente de legitimidad política). Esta comunidad, al ir comprobando la fidelidad del líder en el cumplimiento de las demandas, de las necesidades del pueblo, hechas realidad en obras concretas, va dando confianza a la persona del líder, pero no por el reconocimiento de ignotos poderes sobrenaturales (como indica M. Weber), sino a partir de una comprobación racional y empírica de que el tal líder "hace lo que promete", y "promete lo que la gente necesita". El círculo mágico del carismatismo weberiano pende del cielo y torna a la comunidad obediente, pasiva, sumisa. El círculo político adecuado del liderazgo democrático pende de la comunidad y educa al líder en la obediencia a la misma comunidad.
Racionalidad, principios, proyectos hegemónicos y democráticos no se oponen a un liderazgo democrático. Por el contrario, el movimiento o partido político sin una cabeza puede perderse en la impersonalidad de las burocracias inoperantes. El Partido Demócrata ganó ciertamente bajo el liderazgo de John Kennedy; el Partido Bolchevique poco hubiera hecho sin Lenin; las transformaciones actuales en América Latina serían imposibles sin los N. Kirchner, Lula, Evo Morales o Hugo Chávez. En México el PAN y el PRI carecen de liderazgo, y lo resienten profundamente. El PRD tiene liderazgo, pero no sabe cómo manejar el poseer ese hecho en su seno.
Es necesario entonces discutir la relación entre organización del partido político y el liderazgo de alguno de sus miembros, que debe ser visto como miembro gracias al cual el partido tiene mucho que ganar, y no como una fuerza independiente con organización propia paralela sentida como rival. Por ello hay que aclarar la cuestión.
Desde el antiguo gobierno de Venecia, fundado al comienzo del siglo IX d.C, junto al Gran Consejo, donde los venecianos ejercitaban una democracia directa (al menos al comienzo), siempre existió el Doge, que en dialecto veneciano significa Duce, conductor, líder. El Doge, como un anticipo del Poder Ejecutivo, era elegido por el Gran Consejo mediante una compleja estructura electiva democrática, y en el momento de su investidura se arrodillaba ante el "León de Venecia", que representaba al pueblo veneciano. El Doge estaba al servicio del pueblo; nunca el pueblo al servicio del Doge. El Gran Consejo podía deponerlo. Es decir, era el líder, pero no era un rey con mandato divino. Era electo por el pueblo de por vida, pero estaba al servicio de las demandas de los venecianos. Era un liderazgo democrático, por lo que el valor del Doge electo se notaba. Los hubo timoratos y cobardes, y crearon grandes crisis en Venecia. Los grandes Doge llenaron de esplendor a la República veneciana, los condujeron a la victoria. Las personas concretas tienen diferencias, valores y defectos, y su justa elección favorece a los pueblos.
El liderazgo en política es necesario, es un factor positivo en la estrategia y en la conducción. No es un carisma mágico. Debe definirse dentro de las instituciones que responden a la racionalidad de la eficacia y la democracia, a la gobernabilidad y la fuerza de la legitimidad "desde abajo".
El líder no debe despreciar al partido, porque le faltaría base crítica, y de no tener ese apoyo desde abajo lo buscaría desde arriba (en el Ejército, en la plutocracia, en el imperio, etcétera). El partido no puede despreciar al líder porque le faltaría conducción en relación con el pueblo y, mucho más, le faltaría el justo magnetismo que permite la adhesión del pueblo a una persona honesta, sencilla, eficaz administrativamente, patriótica en la defensa de los bienes públicos del pueblo, y otras muchas cualidades concretas que no pueden portar los proyectos ni los principios (porque son enunciados abstractos y no sujetos reales). Los principios se respetan, se cumplen, se aceptan. Las personas pueden ser amadas, admiradas, imitadas, compadecidas cuando sufren el dolor del pueblo y por el pueblo, el objeto de la injusticia. La indignación ante el desafuero fue también un acto de conmiseración ante un "chivo emisario" que iba injustamente al sacrificio, y esta motivación ética con respecto a la "víctima" (tan criticada) sólo puede despertarla una persona concreta y no meramente un principio.
El pueblo debe educar a sus líderes exigiendo su permanente actitud democrática de auscultación a sus demandas. Debe también saber criticarlo, pero no para destruirlo sino para fortalecerlo. No debe dejarse llevar sólo por la emoción, aunque la emoción también es necesaria. Hay que teñir esta problemática de racionalidad, es decir, de saber definir claramente los criterios de un liderazgo democrático.
Por último, algunos piensan que por destino les toca ejercer el liderazgo. No advierten que éste exige muchas cualidades que no todos poseen, ni están dispuestos a cumplir heroicamente con sus exigencias. Es verdad que pertenecer a una familia de líderes puede ayudar -ya lo decía N. Maquiavelo-, pero no puede suplir el carisma personal. Cuando no se nace con él puede elaborarse, pero es excepcional y frecuentemente con poco resultado. Lo más triste es cuando el que se cree investido del liderazgo, sin tener el tal carisma, intenta hacer sombra al que en realidad tiene esa virtud. En este caso quita fuerza al liderazgo y, a la larga, hace el ridículo, perdiendo la dignidad que había alcanzado en actos del todo encomiables, pero que no despertaron en el pueblo esa adhesión emotiva (y racional) que el líder despliega de manera cuasi-natural.
En todos los casos los errores políticos pueden corregirse, y es de ciudadanos y líderes reconocerlos y enmendarlos. Esa es también una cualidad del líder democrático, reconocer sus errores.
*Filósofo
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