http://www.lainsignia.org/2000/octubre/cul_007.htm
4 de octubre del 2000
La compañía Anglo Ecuadorian Oilfields Limited:
Historia de una gran estafa
Oswaldo Albornoz Peralta
La historia del petróleo –el oro negro– es una historia salpicada con la sangre de innumerables pueblos. Las grandes compañías, a lo largo y a lo ancho de los continentes, se han disputado a dentelladas las tierras petrolíferas, sin que siquiera el crimen pueda detener su codicia desmedida. Todo, por una simple razón: las inmensas ganancias que produce, objetivo primordial del capitalismo.
El grandor de esas ganancias proviene de la necesidad indispensable de este singular producto. No se puede concebir la vida moderna sin los artículos procedentes del petróleo: fibras textiles, una infinita variedad de plásticos, abonos, insecticidas, caucho sintético, aceites, barnices, tintas, cremas de belleza y hasta alimentos... Se calcula en cerca de 300.000 los productos extraídos de este oro negro, más valioso quizás que el oro auténtico.
Y a lado de todo lo anterior, otra fuente portentosa de riqueza: la energía producida por sus derivados. Gran cantidad de máquinas funciona con ella. Todos los medios de transporte –terrestres, marítimos y aéreos– ahora se mueven con su fuerza. Ford sin petróleo jamás hubiera podido crear su imperio automovilístico.
No es de extrañar, siendo esto así, la pugna a muerte de las compañías petroleras, sobre todo entre las inglesas y norteamericanas, adueñadas de la mayoría del petróleo existente en la tierra. Están dirigidas por dos grandes capitanes de la industria: Deterding y Rockefeller. Las ambiciones de ambos son ilímites. Ambos son magos en el arte de ganar dinero y ninguno tiene escrúpulos para obtenerlo.
Empero, grandes financistas como son, pronto comprenden que la guerra que mantienen disminuye las ganancias. Para evitar esta dispendiosa pérdida llegan a un acuerdo en el castillo de Achnacarry –Escocia– entre la Royal Dutch Shell, la Esso Standard y la Anglo-Persian, al que luego se suman la Gulf, la Texaco, la Socony y la Standard de California. El acuerdo estriba principalmente en dos puntos: precios fijados en común por las partes y unidad férrea contra los países que pretenden liberarse de su dependencia. Una especie de Versalles petrolero, pues.
En lo demás, aunque solapadamente, prosigue la pugna, ya que es difícil una plena armonía entre tiburones voraces. Sobre todo, sin detenerse ante nada, continúan disputándose las fuentes de petróleo. Deponen gobiernos y fomentan la guerra entre naciones para apoderarse de ellas. No hay barril de petróleo, que no contenga sangre.
Los países que cuentan con campos de hidrocarburos, uno a uno, caen bajo su férula. Los de América no podían librarse de este otro destino manifiesto. Aquí, a manera de ejemplo, no queremos citar sino los casos de México y Venezuela.
México:
Esta nación es teatro de la rivalidad entre ingleses y norteamericanos. Los primeros logran la supremacía, pues "ya en 1910, la firma inglesa Pearson, propietaria de la empresa petrolera El Aguila, controlaba el 58% de la producción de petróleo mexicano".(1) El gobierno de Porfirio Díaz otorga una serie de privilegios a esta compañía, como la concesión del ferrocarril de Tehuantepec, por ejemplo. Desde luego, esto tiene su razón de ser: la empresa, sabia en esta clase de manejos, ¡"había dado una participación a los más cercanos colaboradores y hasta familiares" (2) de ese presidente!
No obstante la rivalidad, están plenamente de acuerdo en obtener las máximas utilidades sin detenerse ante ningún obstáculo, tal como al respecto aseguran Jacques Bergier y Bernard Thomas:
Americanos e ingleses –dicen– no coinciden más que en un punto: someter el país bajo una férula reglamentada. Esto no es explotación: es saqueo. Agotan los yacimientos, echando a perder la mitad de las bolsas de petróleo en su afán de ir más de prisa y ni siquiera tapan los pozos después de haberlos abandonado, de modo que el agua salada se desparrama sobre las tierras fértiles, después de su marcha, arruinando a los ya míseros campesinos. Hay que decir que los beneficios están en relación con el rendimiento: los millones de toneladas extraídas cada día se transforman en paletadas de dólares. Esta es la verdadera alquimia. (3)
Para no pagar impuestos, a pesar de que estos son mínimos, recurren al contrabando para sacar fuera del país buena parte del producto. Se apoderan a la fuerza de las tierras que contienen petróleo. Y aunque no se crea, sus derivados se venden en el mercado interno –es decir a sus propios dueños– a precios más altos que en el extranjero. La bencina y el kerosene son un 193% y un 341%, respectivamente, más caros que en otros países.
El pueblo mexicano, mientras tanto, vegeta en la miseria. Según una estadística del tercer decenio de este siglo –a la que se refieren los autores arriba citados– sus 17 millones de habitantes tienen menos capitales que los 160.000 extranjeros que viven en su suelo. Y el 79% del capital de estos últimos... ¡están invertidos en petróleo! (4)
No es sin motivo, entonces, que eleven el grito a los cielos las compañías petroleras cuando el presidente Lázaro Cárdenas inicia el proceso de nacionalización de esta fuente de riqueza. Desesperadamente, atacan por todos los lados y se valen de todos los medios para crear un caos económico en el país. Retiran los dineros de los bancos y tratan de fomentar rebeliones militares. Y claro está, no olvidan pedir auxilio a sus gobiernos.
Felizmente, nada da resultado. Por primera vez en América, y sólo después de la Unión Soviética, el petróleo es nacionalizado.
El gran escritor mexicano, José Mancisidor, en una de las páginas de su novela Nuestro petróleo, dice:
Dantesca la historia de aquellos pueblos que aparecían y desaparecían, obedientes al interés de las empresas petroleras. Hoy un incendio y mañana un asesinato... Piromanía y criminalidad: el imperio del terror por la posesión de los mantos petroleros. (5)
Si, dantesca y entenebrecida por el terror, es la historia del petróleo mexicano. O, como manifiesta el novelista, un tétrico "martirologio sin cruces ni sepulturas escrito con la tinta negra del petróleo". (6)
Venezuela:
Juan Uslar-Pietri afirma que las grandes compañías, viendo "que Venezuela era la tierra ideal para sus intereses, descuidaron la exploración en otros países hispanoamericanos, donde regímenes más concientes y patrióticos presentaban mayores trabas a sus leoninas aspiraciones". (7)
Quizás no sea cierto que las empresas petroleras hayan tenido ese descuido, pero si es exacto que Venezuela fue tierra de promisión, verdadera Jauja para ellas. Sobre todo, durante la larga, larguísima dictadura de 27 años del general Gómez. Tanto es así que Deterding –ese feroz anticomunista y gran financiador del fascismo– se expresa así de Venezuela y de ese mandatario:
Me siento satisfecho... de que el gobierno del general Gómez aparezca sólido y constructivo y capaz de ser justo con los capitales extranjeros invertidos en su país. Y ahora que conozco mejor Venezuela puedo testimoniar que en sus veintiséis años de dictadura virtual, el general Gómez ha sido consecuente en su proceder leal con el capital extranjero... Mediante su política, Venezuela ha adquirido un prestigio y un poder financiero que no ha sido afectado por la depresión mundial. (8)
Deterding y todos los grandes empresarios petroleros sólo elogian a los incondicionales servidores que llenan sus bolsillos. Y desde este punto de vista, nadie más que Juan Vicente Gómez es merecedor de cálido homenaje. Él, pone a su patria a los pies de las compañías extranjeras que, para que puedan medrar mejor y a sus anchas, ¡hasta les concede la atribución de redactar por su propia cuenta las leyes sobre petróleo!
Claro que esto –como sucede siempre con los lacayos del capital extranjero– es bien pagado por los amos. "Con la posible excepción del magnate del estaño, Patiño, de Bolivia, aquel era el hombre más rico de Sudamérica, calculándose que su fortuna ascendía a más de veinte millones de libras. La mayor parte de esta suma provenía de regalías pagadas por los trusts extranjeros de petróleo, ya sea por las compañías de la Royal Dutch-Shell, o por la Standard y sus aliadas, la Gulf Oil y la Texaco. Todos estos trusts lo sobornaban para que mantuviera quieta a Venezuela". (9) Tal como esos otros sirvientes del Cercano Oriente, Gómez es el mayor beneficiario del petróleo venezolano.
Con servidores de esta clase, al igual de lo que sucede en México, las empresas petroleras se empeñan en explotar al máximo esta riqueza, al extremo de convertir a Venezuela en uno de los mayores productores de petróleo en el mundo. Se calcula que en la tercera década de este siglo las inversiones extranjeras llegan a la suma de 636.030 millones de dólares repartidos, casi mitad a mitad, por las compañías inglesas y norteamericanas. Son más de cincuenta compañías –más de cincuenta pulpos– los que saquean la patria de Bolívar.
El pueblo venezolano, que tan generosamente nutre a estas insaciables empresas, vegeta en el analfabetismo y la miseria. Las cárceles donde la muerte y la tortura reinan están repletas de opositores de Gómez y del saqueo del petróleo venezolano. Mientras esto sucede, los domésticos de las compañías imperialistas, derrochan los dineros provenientes del soborno y levantan insolentes palacios en Caracas. Ellos, de cuclillas, recogen las migajas del festín de las empresas extranjeras.
martes, noviembre 20, 2007
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