La Jornada
El pacto de Calderón
John M. Ackerman
Amenos de que ocurriera algún inesperado cambio de último minuto, la cumbre de este jueves en Washington entre Barack Obama y Felipe Calderón será más de lo mismo. De nueva cuenta seremos testigos de un desigual trueque de huecos elogios del estadunidense para su homólogo mexicano a cambio de un servilismo total de éste último a los mandatos del gobierno del norte.
Los recientes cables de Wikileaks, entregados directamente a La Jornada por Julian Assange, revelan que el origen de este estancamiento en la agenda bilateral es un pacto secreto entre Calderón y el gobierno de los Estados Unidos. A cambio de que Calderón abdicara de su responsabilidad de defender los connacionales del otro lado de la frontera, EU se comprometía a apoyar de manera personal al presidente mexicano en su cruzada contra las instituciones democráticas y las fuerzas políticas de oposición en el país.
Los cables revelan que incluso desde el 10 de enero de 2006, un día antes de que Calderón registrara su candidatura presidencial, el panista se reunió con el entonces embajador estadunidense Tony Garza para rendirle pleitesía. “Calderón demostró una vez más que comparte nuestro punto de vista sobre todos los asuntos desde la migración hasta política de competencia y la seguridad fronteriza”, informó un Garza sumamente complacido en un cable “confidencial” (06MEXICO255), donde también señala que el candidato presidencial prometió “proveer continuidad en todas las iniciativas claves de EU en proceso en México”.
En aquellas fechas, el Senado de Estados Unidos discutía la agresiva “ley Sensenbrenner”, aprobada a finales de 2005 por la Cámara de Representantes, que ordenaba la construcción de un amplio muro fronterizo y criminalizaba al extremo a los indocumentados. Asimismo, apenas diez días antes del encuentro Calderón-Garza un migrante mexicano de 18 años había sido ultimado de un disparo en la espalda por un agente de la Border Patrol. A Garza le dio un gusto enorme confirmar que en lugar de insistir en estos temas incómodos y defender enérgicamente los intereses de México, Calderón buscaba “replantear” el debate en “términos constructivos”, lo cual implicaba asumir que México, y no EU, era el principal responsable de la problemática migratoria por no haber creado las “oportunidades” necesarias para mantener a sus ciudadanos en su país de origen.
Siete meses después, en una reunión el 2 de agosto, en el contexto de la movilización poselectoral, Calderón ratificó su abdicación en el tema migratorio, con tal de acarrear el apoyo estadunidense en ese momento delicado, al “enfatizar” que no quería que la relación con EU “se atorara en un debate monotemático sobre la migración” (cable 06MEXICO4310). Ya como presidente electo, y en el contexto de una cena privada entre Garza y Calderón en el domicilio particular del mexicano celebrado el 27 de septiembre, Calderón le juró de nuevo al embajador que “cumpliría con su compromiso de no convertirlo (el tema de la frontera y la migración) en un asunto central de la relación bilateral” (cable 06MEXICO5607).
En otras palabras, desde antes de asumir el cargo, Calderón abdicó de su obligación de defender a los mexicanos que buscan cruzar y que ya residen en Estados Unidos. Por ello, no es ninguna sorpresa que en los pasados cuatro años la situación para los connacionales que residen del otro lado de la frontera solamente haya empeorado, con múltiples asesinatos en la frontera, un sensible aumento en las deportaciones y cada día mayor maltrato para los migrantes.
A cambio de este claro entreguismo, el gobierno de EU ha arropado la figura de Calderón con particular emoción. Una de las primeras demostraciones públicas de este apoyo fue la lamentable e injerencista llamada del presidente George W. Bush a Calderón para felicitarlo el 6 de julio de 2006 al terminar el conteo distrital del Instituto Federal Electoral (IFE). Recordemos que, a pesar de las declaraciones ilegales en aquel momento realizadas por Luis Carlos Ugalde, es el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TE-PJF), y no el IFE, el único órgano facultado para declarar el ganador de la elección presidencial.
En aquel momento todavía quedaban dos largos meses para revisar y calificar la elección. Pero a Bush le importaba más validar lo más pronto posible los compromisos adquiridos con Calderón que respetar la institucionalidad democrática del país. En un cable del primero de septiembre y firmado por Garza, el embajador destaca esta llamada de manera especial como un “muy bien inicio” para la nueva relación bilateral (Cable 06MEXICO4937).
En este mismo cable, tal como ya lo ha informado Blanche Petrich en La Jornada, Garza señala la extrema debilidad política de Calderón e indica que los “asuntos de mayor importancia” de EU estarían en “riesgo de estancamiento” a menos que “mandemos una señal fuerte de apoyo, para empujar el equipo de Calderón hacia una transición vigorosa y fortalecer la agenda y el liderazgo” del presidente electo. Un detalle adicional: de manera sospechosa, este cable, redactado cuatro días antes de la calificación del TEPJF de las elecciones presidenciales, da por hecho que Calderón será ratificado por el Tribunal y “asumirá el poder el primero de diciembre”.
Los cables de La Jornada también revelan el profundo desprecio que el gobierno estadunidense siente hacia la izquierda política en México al llamar el acto político de protesta del Partido de la Revolución Democrática (PRD), durante el sexto informe de gobierno de Vicente Fox, un “circo de antagonismos en tres pistas”. También critica las “gesticulaciones dramáticas” de Andrés Manuel López Obrador en el “escenario” político nacional.
Con la divulgación de estos nuevos cables, incluyendo miles que todavía faltan por darse a conocer, La Jornada se coloca como uno de los periódicos de mayor reconocimiento a escala internacional. Asimismo, el contenido de las comunicaciones reconfirma la profundidad de la complicidad del gobierno de Estados Unidos en el actual desastre nacional. Nos demuestra que si México desea avanzar y cambiar de rumbo no será suficiente con cambiar el ocupante de Los Pinos, sino que también habría que modificar de manera radical nuestras relaciones con el vecino del norte. De lo contrario, tal como ha afirmado Pedro Miguel en estas mismas páginas, EU seguirá funcionando como un “poder fáctico” aún más poderoso que Televisa o que El Chapo Guzmán.
Enlaces:
Los cables sobre México en WikiLeaks
lunes, febrero 28, 2011
miércoles, febrero 23, 2011
Decadencia política. "Oposición y colaboracionismo"
La Jornada
Oposición y colaboracionismo
Luis Linares Zapata
La decadencia de la vida organizada de México ha tocado un recodo denso y pegajoso; no es el mero fondo, puede seguir bajando la pendiente. El quehacer político lo resiente hasta la dura médula de la lucha por el poder público. Por fortuna, los intentos por establecer en el panorama electoral un bipartidismo conservador, elitista, reaccionario y continuista, chocan contra el muro que viene levantando la voluntad de cambio de parte sustantiva de la sociedad. Dicha porción de los mexicanos se aglutina, a pesar del viento y la marea, en contra de prolongar el modelo de gobierno ensartado en groseros privilegios. El método operativo es harto conocido: el tráfico intenso y avasallante de influencias. Quieren tales ciudadanos, y sin titubeos que valgan, terminar con la injusticia prevaleciente. Desean encauzar al país por la ruta de la moderación, el patriotismo y la honestidad de hombres y mujeres de sana intención. Es decir, se pretende enfatizar los principios y valores como valladar contra la inequidad y el abuso de poder que cierra horizontes para las mayorías.
López Obrador ha llamado, con un desplante de valentía inusual, a la coherencia ideológica de las izquierdas nacionales. A no ceder a la manipulación encubierta bajo el espejismo de alianzas entre contrarios irreconciliables. No se puede plantear la unión entre el cambio de fondo en la vida organizada de la nación y las fuerzas que empujan hacia la continuidad del modelo imperante. El pretender que, entre las rendijas de esa espuria unión, irrumpirá la ocasión de evitar el retorno del priísmo (como sinónimo de imposición, autoritarismo, corrupción y entreguismo) es embalsamar la triste realidad actual del panismo con los afanes reivindicatorios de la izquierda. El panismo y el priísmo son dos facetas, casi idénticas, de una plutocrática visión que amamanta los intereses de los grandes grupos de presión dominantes. Pueden presentar rostros distintos, maneras disímbolas, tácticas divergentes, pero, en su misma esencia, ambos partidos han sido subyugados por aquellos a quienes más benefician y que ahora son sus patrocinadores.
Desde hace ya décadas, tales partidos vienen confluyendo en las fórmulas que desprende el modelo imperante. El guión, ambos lo han seguido a pie juntillas. Sus actores, tal y como lo muestran los cables de Wikileaks, acuden presurosos ante los procónsules del imperio. Es ante ellos que se acusan, se apapachan, claman por su apoyo. Sin la bendición de Washington quedan desamparados, rumiando sus debilidades. Se forman, dóciles y encopetados, ante las cámaras de televisión y los micrófonos de la radio, no para comunicarse con las audiencias, sino para afinar sus recuadros o para darse a conocer si nadie los extraña. Basta hojear los diarios, revisar columnas o escuchar a los conductores favoritos de los medios para sacar las debidas conclusiones de tan grotesca como real dependencia. La política que hace la clase dirigente de México se encierra con ellos mismos. Atienden con paciencia inaudita a periodistas. A menudo invitan a intelectuales, de preferencia a los orgánicos que se pavonean en los medios. No se olvidan de los curas (obispos encharolados y licenciosos) y de diplomáticos selectos. Los empresarios ocupan un lugar aparte y ante ellos despliegan sus mejores artificios de seducción abyecta. El pueblo, sobre todo si es de a pie, es un espejismo al que desprecian y del cual huyen.
La realidad, sin embargo, apunta hacia el despertar de las masas. Aquellos que han entrevisto tan humano fenómeno y se acercan para constatarlo, encuentran la materia de su accionar y el tinte de sus anhelos. Y de ahí obtienen la fuerza que les puede permitir ganar el poder, no para regodearse con ello, sino para detener la decadencia como un primer escalón de un largo y difícil proceso. Como son millones de personas las dispuestas a contribuir, a poner su parte correspondiente en el rescate de un México estrangulado por una elite rapaz, forman una fuerza política considerable, capaz de asegurar el triunfo democrático en las urnas.
Es ese conjunto de votantes el que consiguió el triunfo en Oaxaca hace unos meses. Fueron tales votantes los que colocaron a Cué en la gubernatura. Son ellos los que ahora le exigen respuestas adecuadas. Las famosas alianzas, vacías de ciudadanos decididos a tumbar caciques y vivir con dignidad, no sirven sino de estorbo. Cué debe recapacitar y dejar de lisonjear al poderoso en turno que nada hizo para acercarle simpatías. Debe rencauzar su gobierno mirando hacia abajo, hacia esa militancia de izquierda que, de todas y variadas maneras, lo hubiera hecho ganar. Los que fueron a levantarle la mano, comer con él, treparse al estrado, usar micrófonos, darle recursos, son los que ahora le han exigido posiciones y lo impelen a velar por sus intereses. Una mala, pésima ruta que frustrará los anhelos de la gente que Cué vio, olió y oyó en su recorrido por todo el estado.
De similar manera, los habitantes del estado de México volverán, como lo han hecho en el pasado, a votar en tropeles por los candidatos de la izquierda. Ellos son la fuerza electoral que puede derrotar al PRI de los caciques que se han sucedido, unos a otros, en los privilegios indebidos. Lo han hecho de manera repetida, sin alianzas ajenas, sin trampas, sin la concurrencia de oportunistas sino con el propósito de formar gobiernos para la gente, con ellos mismos. No con los ganones de siempre, esos que los han usado y empobrecido durante más de 80 años. En el estado de México la alianza debe montarse entre los partidos de izquierda, desde abajo y haciéndose responsables de las necesidades y las aspiraciones de la gente. Es por ello que la solicitud de licencia de López Obrador es consistente con las vivencias de la gente. La consulta programada por los dirigentes del PRD está amañada, conducida desde Los Pinos. Es un señuelo distractor y es la ruta para favorecer a la derecha. La trama quedaría completa con la alianza del PAN y el PRD en 2012. Así lo aseguran hasta panistas encumbrados. Alejarse o desbaratar tales maniobras es un deber de los conductores que, como López Obrador, atienden, en exclusiva, a las pulsaciones del pueblo.
Oposición y colaboracionismo
Luis Linares Zapata
La decadencia de la vida organizada de México ha tocado un recodo denso y pegajoso; no es el mero fondo, puede seguir bajando la pendiente. El quehacer político lo resiente hasta la dura médula de la lucha por el poder público. Por fortuna, los intentos por establecer en el panorama electoral un bipartidismo conservador, elitista, reaccionario y continuista, chocan contra el muro que viene levantando la voluntad de cambio de parte sustantiva de la sociedad. Dicha porción de los mexicanos se aglutina, a pesar del viento y la marea, en contra de prolongar el modelo de gobierno ensartado en groseros privilegios. El método operativo es harto conocido: el tráfico intenso y avasallante de influencias. Quieren tales ciudadanos, y sin titubeos que valgan, terminar con la injusticia prevaleciente. Desean encauzar al país por la ruta de la moderación, el patriotismo y la honestidad de hombres y mujeres de sana intención. Es decir, se pretende enfatizar los principios y valores como valladar contra la inequidad y el abuso de poder que cierra horizontes para las mayorías.
López Obrador ha llamado, con un desplante de valentía inusual, a la coherencia ideológica de las izquierdas nacionales. A no ceder a la manipulación encubierta bajo el espejismo de alianzas entre contrarios irreconciliables. No se puede plantear la unión entre el cambio de fondo en la vida organizada de la nación y las fuerzas que empujan hacia la continuidad del modelo imperante. El pretender que, entre las rendijas de esa espuria unión, irrumpirá la ocasión de evitar el retorno del priísmo (como sinónimo de imposición, autoritarismo, corrupción y entreguismo) es embalsamar la triste realidad actual del panismo con los afanes reivindicatorios de la izquierda. El panismo y el priísmo son dos facetas, casi idénticas, de una plutocrática visión que amamanta los intereses de los grandes grupos de presión dominantes. Pueden presentar rostros distintos, maneras disímbolas, tácticas divergentes, pero, en su misma esencia, ambos partidos han sido subyugados por aquellos a quienes más benefician y que ahora son sus patrocinadores.
Desde hace ya décadas, tales partidos vienen confluyendo en las fórmulas que desprende el modelo imperante. El guión, ambos lo han seguido a pie juntillas. Sus actores, tal y como lo muestran los cables de Wikileaks, acuden presurosos ante los procónsules del imperio. Es ante ellos que se acusan, se apapachan, claman por su apoyo. Sin la bendición de Washington quedan desamparados, rumiando sus debilidades. Se forman, dóciles y encopetados, ante las cámaras de televisión y los micrófonos de la radio, no para comunicarse con las audiencias, sino para afinar sus recuadros o para darse a conocer si nadie los extraña. Basta hojear los diarios, revisar columnas o escuchar a los conductores favoritos de los medios para sacar las debidas conclusiones de tan grotesca como real dependencia. La política que hace la clase dirigente de México se encierra con ellos mismos. Atienden con paciencia inaudita a periodistas. A menudo invitan a intelectuales, de preferencia a los orgánicos que se pavonean en los medios. No se olvidan de los curas (obispos encharolados y licenciosos) y de diplomáticos selectos. Los empresarios ocupan un lugar aparte y ante ellos despliegan sus mejores artificios de seducción abyecta. El pueblo, sobre todo si es de a pie, es un espejismo al que desprecian y del cual huyen.
La realidad, sin embargo, apunta hacia el despertar de las masas. Aquellos que han entrevisto tan humano fenómeno y se acercan para constatarlo, encuentran la materia de su accionar y el tinte de sus anhelos. Y de ahí obtienen la fuerza que les puede permitir ganar el poder, no para regodearse con ello, sino para detener la decadencia como un primer escalón de un largo y difícil proceso. Como son millones de personas las dispuestas a contribuir, a poner su parte correspondiente en el rescate de un México estrangulado por una elite rapaz, forman una fuerza política considerable, capaz de asegurar el triunfo democrático en las urnas.
Es ese conjunto de votantes el que consiguió el triunfo en Oaxaca hace unos meses. Fueron tales votantes los que colocaron a Cué en la gubernatura. Son ellos los que ahora le exigen respuestas adecuadas. Las famosas alianzas, vacías de ciudadanos decididos a tumbar caciques y vivir con dignidad, no sirven sino de estorbo. Cué debe recapacitar y dejar de lisonjear al poderoso en turno que nada hizo para acercarle simpatías. Debe rencauzar su gobierno mirando hacia abajo, hacia esa militancia de izquierda que, de todas y variadas maneras, lo hubiera hecho ganar. Los que fueron a levantarle la mano, comer con él, treparse al estrado, usar micrófonos, darle recursos, son los que ahora le han exigido posiciones y lo impelen a velar por sus intereses. Una mala, pésima ruta que frustrará los anhelos de la gente que Cué vio, olió y oyó en su recorrido por todo el estado.
De similar manera, los habitantes del estado de México volverán, como lo han hecho en el pasado, a votar en tropeles por los candidatos de la izquierda. Ellos son la fuerza electoral que puede derrotar al PRI de los caciques que se han sucedido, unos a otros, en los privilegios indebidos. Lo han hecho de manera repetida, sin alianzas ajenas, sin trampas, sin la concurrencia de oportunistas sino con el propósito de formar gobiernos para la gente, con ellos mismos. No con los ganones de siempre, esos que los han usado y empobrecido durante más de 80 años. En el estado de México la alianza debe montarse entre los partidos de izquierda, desde abajo y haciéndose responsables de las necesidades y las aspiraciones de la gente. Es por ello que la solicitud de licencia de López Obrador es consistente con las vivencias de la gente. La consulta programada por los dirigentes del PRD está amañada, conducida desde Los Pinos. Es un señuelo distractor y es la ruta para favorecer a la derecha. La trama quedaría completa con la alianza del PAN y el PRD en 2012. Así lo aseguran hasta panistas encumbrados. Alejarse o desbaratar tales maniobras es un deber de los conductores que, como López Obrador, atienden, en exclusiva, a las pulsaciones del pueblo.
jueves, febrero 17, 2011
Los Vecinos. Genética Mercenaria
La Jornada
Navegaciones
“Bocona” y “deslenguado”
Barruntos de intervención
Pedro Miguel
Barruntos de intervención; mejor dicho, augurios de intervención militar para complementar y afianzar la injerencia económica y política, ya cotidiana, que practica el gobierno de Estados Unidos en México, con la activa cooperación de las autoridades locales: hay aspectos de esta guerra contra las drogas y cómo la combatimos muy similares al tipo de cosas que hemos visto en las guerras en que hemos estado”. Esas fueron las palabras del almirante Michael Mullen, jefe del estado mayor del Ejército de
Estados Unidos, el pasado 12 de enero, en una conferencia de prensa con periodistas extranjeros en Washington, y en ellas quedó clara la intención del aparato militar del país vecino de aplicar en Ciudad Juárez, por ejemplo, las lecciones que obtuvo en Fallujah.
En octubre del año pasado, el director de Inteligencia Nacional, Dennis Blair, sugirió al secretario mexicano de Defensa, general Guillermo Galván Galván, que tuviera en cuenta las enseñanzas que Estados Unidos extrajo de su ocupación de Irak. El 8 de febrero, el subsecretario de Defensa, Joseph Westphal, evocó la posibilidad de que soldados estadunidenses cruzaran la frontera ante un eventual intento de los cárteles de la droga por hacerse con el poder en México. Un día después, la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, en una audiencia legislativa, habló de una posible alianza entre la organización delictiva de Los Zetas y Al Qaeda, la agrupación fundamentalista que Washington tiene como su archienemigo.
La furibunda reacción de la clase política mexicana a esos dichos quedó bien resumida en los adjetivos que la senadora Rosario Green endilgó a Westphal y a Napolitano: “deslenguado” y “bocona”, respectivamente. La legisladora priísta (quien durante dos años estuvo al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores en la presidencia de Ernesto Zedillo, la más entreguista de cuantas forjó el PRI) se vistió ahora de niña heroína: Si Washington intenta enviar tropas a México, dijo, se topará con 110 millones de mexicanos en la frontera que “a patadas los van a sacar de territorio nacional”.
Tal vez todo se deba a las excesivas medidas de la cavidad bucal de Napolitano o a un escaso control por parte de Westphal sobre su músculo lingual. Si así fuera, podría resultar excesivo e innecesario ir planificando la mudanza de toda la población nacional a la franja fronteriza para esperar allí a los marines. Tal vez se logre detenerlos, pero en lo inmediato no ha sido posible ni siquiera detener a los deslenguados y bocones funcionarios gringos, quienes siguen en lo suyo: James Clapper, máximo jefe de Inteligencia del gobierno de Obama, dijo que la descontrolada situación en México ya es considerada por Washington como su “prioridad uno” en materia de seguridad.
No hay forma de saber a ciencia cierta lo que pasará, pero sí de tener una idea de lo que ya ocurrió. Y es lo siguiente:
1. En 1835 un puñado de logreros, especuladores, esclavistas y convictos, infiltrados por Estados Unidos en Texas, se rebelaron contra el gobierno mexicano, protagonizaron una guerra de secesión y, al año siguiente, proclamaron la independencia del estado, el cual fue anexado al país vecino en 1845.
1. En 1835 un puñado de logreros, especuladores, esclavistas y convictos, infiltrados por Estados Unidos en Texas, se rebelaron contra el gobierno mexicano, protagonizaron una guerra de secesión y, al año siguiente, proclamaron la independencia del estado, el cual fue anexado al país vecino en 1845.
2. En ese año, Texas reclamó la posesión de la franja comprendida entre los ríos Bravo y Nueces. La correspondiente negativa mexicana desembocó en la guerra que derivó en la ocupación del territorio nacional y en la rendición pactada el año siguiente, en el tratado de Guadalupe-Hidalgo, que obligó a los vencidos a ceder los actuales territorios de California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y Colorado.
3. Desde principios de 1912 la embajada estadunidense en México, a cargo entonces de Henry Lane Wilson, promovió una campaña de desprestigio contra el gobierno de Francisco Madero, basada en los descontentos por las restricciones impuestas a las inversiones extranjeras y por las reivindicaciones obreras ante empresarios procedentes del país vecino. La legación diplomática envió despachos que hablaban de la “falta de seguridad” y la “discriminación” que sufrían los estadunidenses radicados en México. Wilson incluso sugirió al presidente William Howard la pertinencia de emprender una nueva intervención armada para derrocar a Madero. No fue necesario: bastó con la conspiración antimaderista –orquestada en la legación diplomática estadunidense– y en la que participaron los generales Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz, Bernardo Reyes, Félix Díaz y Victoriano Huerta. Más tarde, con Madero detenido y a punto de ser asesinado, representantes de Cuba, Chile y Japón acudieron ante el embajador Wilson para que ejerciera su influencia con los sublevados e impidiera el crimen. El funcionario les respondió que él, como diplomático, no podía intervenir en los asuntos internos de México.
4. El 9 de abril de 1914, en Tampico, nueve marinos estadunidenses, armados, desembarcaron en un bote con la bandera estadunidense. La guarnición federal los detuvo, pues contravenían la prohibición de la comandancia militar de navegar por esa zona. Las autoridades pronto pusieron en libertad a los detenidos pero la Marina estadunidense exigió además que, en desagravio, y en un plazo de 24 horas, los funcionarios mexicanos rindieran honores a la bandera de Estados Unidos y la izaran en el puerto con 21 cañonazos. El comandante de las fuerzas federales de Tampico ofreció disculpas por escrito pero se negó a saludar el lábaro extranjero. En venganza, Washington envió a Veracruz una flota compuesta por los acorazados Florida, Utah, Texas, Dakota, Montana, Indianapolis, New York y Rochester, el cañonero Prairie, así como dos divisiones de torpederos y otros 17 navíos.
Como la autoridad local se negara a entregar la aduana, las fuerzas extranjeras lanzaron, el mediodía del 21 de abril, un intenso bombardeo sobre el puerto. En los días siguientes, los cadetes de la escuela naval, los soldados del 19 Batallón del Ejército (los famosos Rayados), la población civil y hasta los convictos de la prisión de Veracruz, resistieron con heroísmo el embate de la Marina gringa, la cual no pudo controlar el puerto sino hasta el día 24.
Como la autoridad local se negara a entregar la aduana, las fuerzas extranjeras lanzaron, el mediodía del 21 de abril, un intenso bombardeo sobre el puerto. En los días siguientes, los cadetes de la escuela naval, los soldados del 19 Batallón del Ejército (los famosos Rayados), la población civil y hasta los convictos de la prisión de Veracruz, resistieron con heroísmo el embate de la Marina gringa, la cual no pudo controlar el puerto sino hasta el día 24.
5. En marzo de 1916, Francisco Villa, exasperado por la injerencia de Washington en favor de Carranza y de Obregón, atacó la guarnición militar de Columbus, Nuevo México. En respuesta, el gobierno de Woodrow Wilson envió a 4 mil 800 soldados, bajo las órdenes del general John Pershing, en una expedición punitiva contra territorio mexicano. En los meses siguientes, otros 7 mil efectivos fueron agregados a la fuerza ocupante, la cual empleó, por primera vez en la historia, vehículos mecanizados (aviones, camiones y motocicletas) y fuerza aérea (aviones y dirigibles) en su esfuerzo estéril por atrapar al guerrillero duranguense.
Hay más, por supuesto, a todo lo largo del siglo XX, y los precedentes históricos muestran sin equívoco posible que Estados Unidos ha sido, durante la vida de México como república independiente, la principal amenaza a su seguridad nacional, a su integridad territorial y a su soberanía. Tal vez, después de todo, los dichos actuales de los burócratas estadunidenses sean algo más que expresiones de boconas y deslenguados.
Hay más, por supuesto, a todo lo largo del siglo XX, y los precedentes históricos muestran sin equívoco posible que Estados Unidos ha sido, durante la vida de México como república independiente, la principal amenaza a su seguridad nacional, a su integridad territorial y a su soberanía. Tal vez, después de todo, los dichos actuales de los burócratas estadunidenses sean algo más que expresiones de boconas y deslenguados.
Algo hay que concederles a los gobernantes gringos: de Salinas a Calderón, han resultado brillantes en eso de seleccionar a sus aliados locales.
navegaciones@yahoo.com • http://navegaciones.blogspot.com/
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viernes, febrero 11, 2011
¡FELICIDADES PARA EL PUEBLO EGIPCIO!
¡Triunfo del pueblo egipcio!
Cae el dictador, el desposta, se abre la esperanza de un mejor futuro, la voluntad popular se impuso.
Movimiento ejemplar para las sociedades que padecemos la opresión,el mal gobierno, la falta de justicia, el saqueo de nuestras riquezas, la destrucción de nuestros valores sociales por medio de la corrupción, impunidad, ineptitud y violencia.
¡Felicidades para el pueblo egipcio! Deseamos que este gran suceso
contagie y de luz a los pueblos del mundo entero para remodelar las relaciones de las sociedades y sus servidores públicos,que sean la razón y la justicia la verdadera fuerza.
Ahora más que nunca podemos afirmar que el mundo es una aldea global, lo que afecta a cualquier punto geográfico nos afecta a todos, con esa conciencia aceleraremos los cambios para nuestro desarrollo y juntos construiremos espacios de respeto a la naturaleza, a nuestros semejantes, a nuestras diferencias raciales, a nuestras costumbres, a nuestros bienes, a nuestros territorios.
¡Vivan la razón y la justicia!
MBV
Cae el dictador, el desposta, se abre la esperanza de un mejor futuro, la voluntad popular se impuso.
Movimiento ejemplar para las sociedades que padecemos la opresión,el mal gobierno, la falta de justicia, el saqueo de nuestras riquezas, la destrucción de nuestros valores sociales por medio de la corrupción, impunidad, ineptitud y violencia.
¡Felicidades para el pueblo egipcio! Deseamos que este gran suceso
contagie y de luz a los pueblos del mundo entero para remodelar las relaciones de las sociedades y sus servidores públicos,que sean la razón y la justicia la verdadera fuerza.
Ahora más que nunca podemos afirmar que el mundo es una aldea global, lo que afecta a cualquier punto geográfico nos afecta a todos, con esa conciencia aceleraremos los cambios para nuestro desarrollo y juntos construiremos espacios de respeto a la naturaleza, a nuestros semejantes, a nuestras diferencias raciales, a nuestras costumbres, a nuestros bienes, a nuestros territorios.
¡Vivan la razón y la justicia!
MBV
lunes, febrero 07, 2011
Insurrección. Vía de cambios.
Caminos de la insurrección
Gustavo Esteva
La insurrección pacífica” se extiende no sólo en Medio Oriente. La expresión llegó incluso a la ciudad de México.
El apellido “pacífica” establece un sesgo importante. Como todas las insurrecciones, se trata de movilizaciones contra los poderes dominantes. En contraste con casi todas ellas, éstas intentan evitar la violencia. No son pacifistas: no surgen para oponerse a la guerra o buscar la paz perpetua entre naciones. Ejercen tanta violencia moral como pueden y recurren a la fuerza física cuando se requiere. Pero no apelan a la lucha armada, sino a la vía política. Por eso su carácter “pacífico”.
Los poderes constituidos intentan reducir estas movilizaciones a meras revueltas: que se conviertan en estallidos populares efímeros. Mediante garrote y zanahoria, represión y concesiones menores, se busca restaurar el orden que la insurrección rompió.
Sin embargo, incluso en los casos en que se consigue sofocar temporalmente la rebelión actual, la insurrección se mantiene, modificando tácticas tanto como hace falta. Cambios cosméticos parecen incapaces de detenerla. Como todas las revoluciones, esta movilización busca derribar a las autoridades políticas existentes, cambiar el régimen de relaciones sociales y generar una nueva constitución y un nuevo orden socioeconómico.
Para evitar tal resultado los poderes dominantes buscan crear la ilusión de que la movilización ha conseguido su propósito: cambian todo para que nada cambie. No siempre se trata de cambios irrelevantes o meras ilusiones. Sacrificar a un dictador y establecer un régimen formalmente democrático son transformaciones profundas que en muchos casos definen una transición necesaria –pero son cambios orientados a impedir una auténtica revolución.
Hay hipocresía y cinismo en los poderes dominantes que piden peras al olmo: por ejemplo que ancianos dictadores, como Mubarak, se conviertan en campeones de la democracia. Pero ni siquiera ellos se animan a cuestionar la legitimidad de esta insurrección. Estaría universalmente cobijada en el artículo 35 de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, del 24 de junio de 1793, que estableció la insurrección como “el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”, tanto para el pueblo como para los individuos, si el gobierno deja de responder a su voluntad.
Cuando la represión brutal y masiva no es viable o eficaz, como está siendo el caso, se busca transformar la insurrección en golpe de Estado para impedir la revolución: miembros de los poderes dominantes o por lo menos de las elites convierten en chivos expiatorios a los objetos más evidentes de la ira popular y toman disposiciones que satisfagan en alguna medida las exigencias de los insurrectos, hasta que se debilite o desaparezca su movilización.
Es frecuente que este método encuentre apoyo en un sector significativo de los insurrectos. Algunos piensan que basta un cambio de personas o de partidos en los aparatos del Estado para “cambiar el rumbo del país” y “adoptar un nuevo modelo de desarrollo” y que los nuevos dirigentes satisfagan desde el poder las demandas que habrían provocado la movilización. No creen que sea posible o conveniente eliminar el gatillo estatal; confían en un simple cambio de gatillero. Por inocencia o cálculo, se hacen así cómplices de quienes buscan impedir que la insurrección siga su curso.
Bajo las formas más diversas, esta insurrección tiene un propósito cada vez más claramente anticapitalista y una convicción igualmente clara de que la vía política de la transformación actual no puede reducirse a lo electoral ni contenerse en la democracia formal. Para que pueda seguir adelante, desde abajo y a la izquierda, con un programa de lucha adecuado, debe incluirse en el programa la forma del régimen de transición.
No hay en esto fórmulas generales ni en el tiempo ni en el espacio. Se requiere, en cada caso, apelar a la imaginación sociológica y política para determinar actores y procedimientos adecuados. Lo importante es saber que no podrá encargarse a los lobos el cuidado de los corderos. Que no son los partidos, los dirigentes carismáticos o las estructuras del Estado quienes pueden encargarse de la transición –porque no se trata de transitar hacia más o menos de lo mismo, sino de entregarse a la construcción de algo radicalmente nuevo para lo que aquellos actores están genéticamente incapacitados.
Ejemplos de las décadas recientes, en México y en el mundo, muestran con claridad las condiciones en que se frustraron movilizaciones e insurrecciones de muy diverso género y las transiciones se hicieron meras transas entre partidos y actores de los sectores dominantes. También enseñan de qué manera el impulso no se disipó; convertido ya en experiencia, se prepara para el siguiente estallido.
gustavoesteva@gmail.com
Gustavo Esteva
La insurrección pacífica” se extiende no sólo en Medio Oriente. La expresión llegó incluso a la ciudad de México.
El apellido “pacífica” establece un sesgo importante. Como todas las insurrecciones, se trata de movilizaciones contra los poderes dominantes. En contraste con casi todas ellas, éstas intentan evitar la violencia. No son pacifistas: no surgen para oponerse a la guerra o buscar la paz perpetua entre naciones. Ejercen tanta violencia moral como pueden y recurren a la fuerza física cuando se requiere. Pero no apelan a la lucha armada, sino a la vía política. Por eso su carácter “pacífico”.
Los poderes constituidos intentan reducir estas movilizaciones a meras revueltas: que se conviertan en estallidos populares efímeros. Mediante garrote y zanahoria, represión y concesiones menores, se busca restaurar el orden que la insurrección rompió.
Sin embargo, incluso en los casos en que se consigue sofocar temporalmente la rebelión actual, la insurrección se mantiene, modificando tácticas tanto como hace falta. Cambios cosméticos parecen incapaces de detenerla. Como todas las revoluciones, esta movilización busca derribar a las autoridades políticas existentes, cambiar el régimen de relaciones sociales y generar una nueva constitución y un nuevo orden socioeconómico.
Para evitar tal resultado los poderes dominantes buscan crear la ilusión de que la movilización ha conseguido su propósito: cambian todo para que nada cambie. No siempre se trata de cambios irrelevantes o meras ilusiones. Sacrificar a un dictador y establecer un régimen formalmente democrático son transformaciones profundas que en muchos casos definen una transición necesaria –pero son cambios orientados a impedir una auténtica revolución.
Hay hipocresía y cinismo en los poderes dominantes que piden peras al olmo: por ejemplo que ancianos dictadores, como Mubarak, se conviertan en campeones de la democracia. Pero ni siquiera ellos se animan a cuestionar la legitimidad de esta insurrección. Estaría universalmente cobijada en el artículo 35 de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, del 24 de junio de 1793, que estableció la insurrección como “el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”, tanto para el pueblo como para los individuos, si el gobierno deja de responder a su voluntad.
Cuando la represión brutal y masiva no es viable o eficaz, como está siendo el caso, se busca transformar la insurrección en golpe de Estado para impedir la revolución: miembros de los poderes dominantes o por lo menos de las elites convierten en chivos expiatorios a los objetos más evidentes de la ira popular y toman disposiciones que satisfagan en alguna medida las exigencias de los insurrectos, hasta que se debilite o desaparezca su movilización.
Es frecuente que este método encuentre apoyo en un sector significativo de los insurrectos. Algunos piensan que basta un cambio de personas o de partidos en los aparatos del Estado para “cambiar el rumbo del país” y “adoptar un nuevo modelo de desarrollo” y que los nuevos dirigentes satisfagan desde el poder las demandas que habrían provocado la movilización. No creen que sea posible o conveniente eliminar el gatillo estatal; confían en un simple cambio de gatillero. Por inocencia o cálculo, se hacen así cómplices de quienes buscan impedir que la insurrección siga su curso.
Bajo las formas más diversas, esta insurrección tiene un propósito cada vez más claramente anticapitalista y una convicción igualmente clara de que la vía política de la transformación actual no puede reducirse a lo electoral ni contenerse en la democracia formal. Para que pueda seguir adelante, desde abajo y a la izquierda, con un programa de lucha adecuado, debe incluirse en el programa la forma del régimen de transición.
No hay en esto fórmulas generales ni en el tiempo ni en el espacio. Se requiere, en cada caso, apelar a la imaginación sociológica y política para determinar actores y procedimientos adecuados. Lo importante es saber que no podrá encargarse a los lobos el cuidado de los corderos. Que no son los partidos, los dirigentes carismáticos o las estructuras del Estado quienes pueden encargarse de la transición –porque no se trata de transitar hacia más o menos de lo mismo, sino de entregarse a la construcción de algo radicalmente nuevo para lo que aquellos actores están genéticamente incapacitados.
Ejemplos de las décadas recientes, en México y en el mundo, muestran con claridad las condiciones en que se frustraron movilizaciones e insurrecciones de muy diverso género y las transiciones se hicieron meras transas entre partidos y actores de los sectores dominantes. También enseñan de qué manera el impulso no se disipó; convertido ya en experiencia, se prepara para el siguiente estallido.
gustavoesteva@gmail.com
domingo, febrero 06, 2011
Violencia. Debilidad del Estado.
La Jornada
La violencia no
Rolando Cordera Campos
Evitar que la violencia dominara las relaciones sociales, en especial las que se dan en la producción, fue uno de los motivos originarios de la lucha obrera y el reformismo social. Modular el conflicto, mediar entre las clases, proteger a los vulnerables y tutelar a los desiguales, fueron divisas reformistas por años despreciadas por los comunistas revolucionarios, real o fantasiosamente inspirados por Lenin y los bolcheviques.
Con el tiempo y muchos desencantos, aquel reformismo se impuso como gran consenso que unía a socialdemócratas y democristianos en Europa y a republicanos y demócratas en Estados Unidos, hasta el grado de que el propio Richard Nixon exclamara alguna vez, “ahora todos somos keynesianos”.
Los comunistas italianos, guiados por Togliati e inspirados por Gramsci, acuñaron las fórmulas de la vía democrática y las reformas de estructura, así como del eurocomunismo y el compromiso histórico como ruta para transitar por una ruda y dura transición capitalista. Cuando Berlinguer convocó a ese compromiso, que Aldo Moro parecía dispuesto a aceptar, la polarización mundial se cernía amenazante sobre todo proyecto dirigido a trazar trayectorias renovadoras y el sacrificio de Allende y su Unidad Popular constitutía el escenario de una mudanza capitalista teñida de sangre y lágrimas.
Todo cambió a partir de entonces, y la ilusión en el rodeo del comunismo soviético se desplomó junto con la URSS a finales del siglo XX. La democracia fue presentada como “universal” y lo mismo se hizo con el mercado, mundial y único.
Después de la ilusoria década triunfal del globalismo, intervino el terrorismo y Bush y su junta, como la llamara Gore Vidal, decidieron imponerle al mundo sus criterios de seguridad na-cional que, según ellos, tenía que ser global. De inmediato, aquella ima- gen de “paz eterna” prometida después de la primera guerra del Golfo devino escenario atroz de violencia en Irak y Afganistán, pero también de tambores de guerra cultural y de razas dentro de la potencia hegemónica.
Lo que queda hoy es una globalización capitalista sin orden ni concierto, sumida en una crisis que se antoja interminable y que en Estados Unidos ha adoptado formas ominosas de odio y guerra de clases, promovidas desde la cumbre del poder y la riqueza. Y con ello, la tentación de reditar la violencia como vector para refuncionalizar las relaciones sociales y someterlas a los criterios de la dominación financiera.
Junto a la violencia criminal que lo sofoca, México ha vivido ya episodios de esta violencia clasista destinada a apurar el tránsito hacia un capitalismo salvaje, maquillado por la democracia, y un Estado de derecho por demás evanescente. El espectáculo montado por el Grupo México en comandita con el gobierno federal contra los mineros, es un botón de muestra de esa ambición y las extravagancias del señor Larrea no deberían llevarnos a pensar que se trata de un caso aislado.
Como hace un siglo, le urge al país reditar un reformismo social que encare la reformitis salvaje que los panistas decidieron adoptar sin condicines y convoque a erigir mediaciones del conflicto en curso sostenidas en formas renovadas de protección y redistribución sociales. En esto debe descansar nuestro no a la violencia.
Como ocurrió en los orígenes, la violencia es recurso original de los capitalistas, quienes son los primeros en tocar las campanas de la lucha de clases. Toca a los grupos subalternos salir al paso de esta nefasta convocatoria y diluirla en una política democratica de amplio espectro, marcado por la organización de masas y un discurso renovador de estructuras y mentalidades.
Nada puede ser mas nocivo en esta hora, que invocar a la violencia y a los violentos como factores de cambio o formas legítimas de reivindicación de agravios. El Estado ha perdido su monopolio legítimo de la fuerza y lo que está en la agenda de una democracia cabal es, precisamente, recuperar la legititmidad del Estado para a la vez recuperar ese atributo.
A muchos preocupa que el litigio agresivo abierto por el gobierno en el sector eléctrico devenga confrontación violenta entre trabajadores. Pero eso no se evitará criminalizando a los perdedores ni, mucho menos, con el abuso de analogías y metáforas que sólo pueden llevar a una confrontación mayor. En el filo de la navaja en que estamos, todo empeoraría.
Hace unos días, el conocido periodista Ci-ro Gómez Leyva ad-vertía contra los “escuadrones de la muerte” que, según él, podrían surgir de las movilizaciones del SME, sin darle a su audiencia el obligado contexto: por ejemplo, que esos “escuadrones” los for-mó en Argentina el Brujo, José López Rega, encaramado en el gobierno de una Isabelita hundida por la evidencia de la ilegitimidad de su herencia y la debilidad esencial de las cohortes que Perón le había dejado.
Esos escuadrones, deberíamos recordarlo, canalizaron la furia criminal de las fuerzas armadas argentinas, con el saldo monstruoso de 30 mil ciudadanos muertos o desaparecidos.
Podemos coincidir en un firme no a la violencia, pero a condición de que cuidemos el lenguaje y exijamos al Estado un claro apego a su propia legalidad. De otra forma, sólo quedará el despeñadero, y no sólo retórico.
La violencia no
Rolando Cordera Campos
Evitar que la violencia dominara las relaciones sociales, en especial las que se dan en la producción, fue uno de los motivos originarios de la lucha obrera y el reformismo social. Modular el conflicto, mediar entre las clases, proteger a los vulnerables y tutelar a los desiguales, fueron divisas reformistas por años despreciadas por los comunistas revolucionarios, real o fantasiosamente inspirados por Lenin y los bolcheviques.
Con el tiempo y muchos desencantos, aquel reformismo se impuso como gran consenso que unía a socialdemócratas y democristianos en Europa y a republicanos y demócratas en Estados Unidos, hasta el grado de que el propio Richard Nixon exclamara alguna vez, “ahora todos somos keynesianos”.
Los comunistas italianos, guiados por Togliati e inspirados por Gramsci, acuñaron las fórmulas de la vía democrática y las reformas de estructura, así como del eurocomunismo y el compromiso histórico como ruta para transitar por una ruda y dura transición capitalista. Cuando Berlinguer convocó a ese compromiso, que Aldo Moro parecía dispuesto a aceptar, la polarización mundial se cernía amenazante sobre todo proyecto dirigido a trazar trayectorias renovadoras y el sacrificio de Allende y su Unidad Popular constitutía el escenario de una mudanza capitalista teñida de sangre y lágrimas.
Todo cambió a partir de entonces, y la ilusión en el rodeo del comunismo soviético se desplomó junto con la URSS a finales del siglo XX. La democracia fue presentada como “universal” y lo mismo se hizo con el mercado, mundial y único.
Después de la ilusoria década triunfal del globalismo, intervino el terrorismo y Bush y su junta, como la llamara Gore Vidal, decidieron imponerle al mundo sus criterios de seguridad na-cional que, según ellos, tenía que ser global. De inmediato, aquella ima- gen de “paz eterna” prometida después de la primera guerra del Golfo devino escenario atroz de violencia en Irak y Afganistán, pero también de tambores de guerra cultural y de razas dentro de la potencia hegemónica.
Lo que queda hoy es una globalización capitalista sin orden ni concierto, sumida en una crisis que se antoja interminable y que en Estados Unidos ha adoptado formas ominosas de odio y guerra de clases, promovidas desde la cumbre del poder y la riqueza. Y con ello, la tentación de reditar la violencia como vector para refuncionalizar las relaciones sociales y someterlas a los criterios de la dominación financiera.
Junto a la violencia criminal que lo sofoca, México ha vivido ya episodios de esta violencia clasista destinada a apurar el tránsito hacia un capitalismo salvaje, maquillado por la democracia, y un Estado de derecho por demás evanescente. El espectáculo montado por el Grupo México en comandita con el gobierno federal contra los mineros, es un botón de muestra de esa ambición y las extravagancias del señor Larrea no deberían llevarnos a pensar que se trata de un caso aislado.
Como hace un siglo, le urge al país reditar un reformismo social que encare la reformitis salvaje que los panistas decidieron adoptar sin condicines y convoque a erigir mediaciones del conflicto en curso sostenidas en formas renovadas de protección y redistribución sociales. En esto debe descansar nuestro no a la violencia.
Como ocurrió en los orígenes, la violencia es recurso original de los capitalistas, quienes son los primeros en tocar las campanas de la lucha de clases. Toca a los grupos subalternos salir al paso de esta nefasta convocatoria y diluirla en una política democratica de amplio espectro, marcado por la organización de masas y un discurso renovador de estructuras y mentalidades.
Nada puede ser mas nocivo en esta hora, que invocar a la violencia y a los violentos como factores de cambio o formas legítimas de reivindicación de agravios. El Estado ha perdido su monopolio legítimo de la fuerza y lo que está en la agenda de una democracia cabal es, precisamente, recuperar la legititmidad del Estado para a la vez recuperar ese atributo.
A muchos preocupa que el litigio agresivo abierto por el gobierno en el sector eléctrico devenga confrontación violenta entre trabajadores. Pero eso no se evitará criminalizando a los perdedores ni, mucho menos, con el abuso de analogías y metáforas que sólo pueden llevar a una confrontación mayor. En el filo de la navaja en que estamos, todo empeoraría.
Hace unos días, el conocido periodista Ci-ro Gómez Leyva ad-vertía contra los “escuadrones de la muerte” que, según él, podrían surgir de las movilizaciones del SME, sin darle a su audiencia el obligado contexto: por ejemplo, que esos “escuadrones” los for-mó en Argentina el Brujo, José López Rega, encaramado en el gobierno de una Isabelita hundida por la evidencia de la ilegitimidad de su herencia y la debilidad esencial de las cohortes que Perón le había dejado.
Esos escuadrones, deberíamos recordarlo, canalizaron la furia criminal de las fuerzas armadas argentinas, con el saldo monstruoso de 30 mil ciudadanos muertos o desaparecidos.
Podemos coincidir en un firme no a la violencia, pero a condición de que cuidemos el lenguaje y exijamos al Estado un claro apego a su propia legalidad. De otra forma, sólo quedará el despeñadero, y no sólo retórico.
viernes, febrero 04, 2011
"Las movilizaciones populares".
La Jornada
La calle
Luis Javier Garrido
Las movilizaciones populares en los países árabes del norte de África y del Medio Oriente están teniendo también un impacto en América Latina, especialmente en países que como México tienen gobiernos que poco pueden envidiar a los de aquellas latitudes, en particular porque en el último mes los medios de la derecha han sostenido la tesis de que la calle” –es decir, las movilizaciones populares– constituye una vía para el cambio.
1. La insurgencia cívica en varias regiones del Magreb –que se inició en Túnez en la segunda mitad de diciembre de 2010, donde una verdadero levantamiento civil terminó con el gobierno del presidente Ben Alí el 14 de enero; prosiguieron en Egipto en los días siguientes, donde la revuelta popular exige la renuncia del presidente Hosni Mubarak, y hay signos de que las movilizaciones podrían extenderse a otros países– ha suscitado un frenesí en Washington, ya que el gobierno de Barack H. Obama está buscando montarse sobre el descontento popular existente en varios países del mundo árabe, curiosamente apoyados todos ellos por la Casa Blanca, con la intención de obtener un mayor control de sus recursos estratégicos, y en particular del petróleo.
2. El gobierno de Obama ha intensificado desde principios de año en los medios una campaña en la que busca sostener la tesis aberrante de que todos esos países tienen gobiernos inaceptables por sus rasgos islámicos y de que es necesario que “transiten” hacia la democracia, buscando ocultar que su pretensión está fundada no en el autoritarismo que marca a dichos regímenes sino en los rasgos nacionalistas que tienen y en los obstáculos que ponen a las grandes multinacionales en materia petrolera.
3. El intervencionismo estadunidense no ha tenido límites, pero lo que sorprende en verdad es la tesis sostenida desde entonces y que enunció en varias ocasiones Hillary Clinton, la secretaria de Estado, asentando que por los rasgos autoritarios de dichos regímenes, “el cambio está en la calle”.
4. La afirmación es sorprendente pues podría aplicarse a otros países, y en particular a México, donde las elecciones constitucionales no están siendo ya la vía para conducir al cambio porque los retrocesos que se han producido en materia institucional son tales que obstaculizan por todos los medios los procesos electorales y no parecen dejar a los mexicanos otra alternativa que la de “la calle”, como lo demuestran los hechos que tanto han desdeñado los miembros de la oligarquía en el poder.
5. El gobierno del PAN tiene hoy en día el control del órgano supuestamente autónomo encargado de organizar y vigilar los procesos electorales (el IFE); ha subordinado por completo a los intereses que representa el órgano jurisdiccional responsable de calificarlas (el tribunal electoral); las candidaturas ciudadanas no son permitidas; las campañas están marcadas por un derroche multimillonario que sólo favorece a los grandes intereses; los medios masivos, y en particular las televisoras, intervienen impunemente en los procesos electorales, buscando manipular a la gente, y el Ejecutivo, que es impune y puede utilizar ilegalmente los recursos públicos y orquestar cualquier fraude electoral, tiene además las manos metidas en varios partidos, incluyendo al PRD, que se constituyó en 1989 para ser una alternativa de izquierda y hoy se halla bajo el control de una clique de políticos corruptos de derecha subordinados a él, con la única finalidad precisamente de cerrarle la vía a una alternativa de izquierda, la que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
6. La televisión mexicana es extraordinaria en ese sentido al presentar lo que pasa en el mundo y en México, Televisa y Tv Azteca señalan –lo que es cierto– que paramilitares o halcones de Mubarak reprimen en la plaza Tahrir de El Cairo a los manifestantes, pero ocultan que en en este país los paramilitares son los responsables de muchas de las peores matanzas de jóvenes y de migrantes de los últimos meses, que han hecho según la lógica de la derecha en el poder, por motivos “aleccionadores”. Destacan, siguiendo los lineamientos de información del Departamento de Estado, cualquiera de las manifestaciones actuales en el Magreb, pero aquí ocultan la mayor parte de las demostraciones de protesta, como hicieron con la marcha de decenas de miles de trabajadores del martes primero, dedicándose a calumniar a los electricistas y a su dirigente Martín Esparza, a los que denostan como “vándalos” cuando no hacen más que defender sus derechos ante las tropelías del gobierno calderonista. Como lo hizo Hillary Clinton al estallar el descontento en Túnez, sostienen que “el cambio democrático está en la calle” (pero tratándose del norte de África y Medio Oriente), porque en México tomar la calle, dicen, es “antidemocrático”, aunque aquí se hayan estado violando de manera sistemática los derechos constitucionales de un pueblo en los últimos años o se haya instaurado por la fuerza tras el fraude de 2006 un gobierno espurio.
7. Las movilizaciones públicas (manifestaciones, marchas, plantones) han sido sistemáticamente descalificadas por los gobernantes mexicanos y por los medios, que ahora encomian lo que acontece en Túnez y en Egipto, y alientan lo que se inicia en otros países árabes. Desde Gustavo Díaz Ordaz, que en 1968 calificó al movimiento estudiantil y popular como “una algarada sin importancia”, hasta los locutores de Milenio Televisión, que desde que salieron al aire no han dejado de descalificar las manifestaciones ciudadanas, hechas en ejercicio de derechos constitucionales, como “mitotes”, los voceros de la derecha mexicana han confiado para mantener sus privilegios en la fuerza material del Ejército para reprimir y en el poderío de radio y tv para ocultar la verdad, engañar y confundir, pretendiendo ignorar que todo tiene un límite y que “la calle” sí puede hacer caer un gobierno.
8. Los pueblos en general ignoran su fuerza porque han sido penetrados por la ideología de la derecha en el poder, que ha insistido a lo largo de las últimas décadas en que no hay más vía para el cambio que la electoral, por más que ésta no pueda ser alternativa en países no democráticos como México, donde las instituciones electorales y los partidos estén en manos de la derecha y en última instancia el gobierno puede orquestar impunemente todos los fraudes. Los acontecimientos del Magreb, alentados por Washington en su avidez de tener el petróleo de esos países sin tantas restricciones, pueden no obstante conducir también a un desastre para el modelo neoliberal. El gobierno de Israel le advirtió ya a Obama el día 2 que el proceso desencadenado podría desembocar en la llegada de un gobierno islámico a Egipto “parecido al de Irán” (en vez del pro israelita de Mubarak).
9. La demagogia del gobierno de Obama sobre “la calle”, y la forma en que ha estado el gobierno estadunidense montándose sobre el descontento y alentando las manifestaciones en el Islam con la intención de imponer en esos países gobiernos locales no menos represores pero sí más entreguistas, está ya siendo frenada pues corre el riesgo de volverse en contra de sus intereses, y es evidente que se busca, en Túnez como en Egipto, que las presiones y negociaciones a nivel cupular sustituyan a las movilizaciones a fin de que, una vez más, se le confisquen a esos pueblos sus derechos y lo único que se logre sea precisamente lo contrario de lo que ellos quieren, pero el escenario es crítico porque hay fuerzas políticas impredecibles, como el Islam y el ejército.
10. En México, en tanto, donde las instituciones del Estado han sido convertidas en los últimos 25 años por los tecnócratas priístas y los yuppies del PAN en un aparato de simulación al servicio de las trasnacionales, y los procesos electorales adquieren cada vez más los rasgos de una farsa, en la que al pueblo se le quiere dar el papel de comparsa porque, vote como vote, no le permiten cambiar nada, la calle, sin embargo, está adquiriendo una nueva dimensión, pues no se está dejando a los mexicanos otra alternativa que la de las movilizaciones.
La calle
Luis Javier Garrido
Las movilizaciones populares en los países árabes del norte de África y del Medio Oriente están teniendo también un impacto en América Latina, especialmente en países que como México tienen gobiernos que poco pueden envidiar a los de aquellas latitudes, en particular porque en el último mes los medios de la derecha han sostenido la tesis de que la calle” –es decir, las movilizaciones populares– constituye una vía para el cambio.
1. La insurgencia cívica en varias regiones del Magreb –que se inició en Túnez en la segunda mitad de diciembre de 2010, donde una verdadero levantamiento civil terminó con el gobierno del presidente Ben Alí el 14 de enero; prosiguieron en Egipto en los días siguientes, donde la revuelta popular exige la renuncia del presidente Hosni Mubarak, y hay signos de que las movilizaciones podrían extenderse a otros países– ha suscitado un frenesí en Washington, ya que el gobierno de Barack H. Obama está buscando montarse sobre el descontento popular existente en varios países del mundo árabe, curiosamente apoyados todos ellos por la Casa Blanca, con la intención de obtener un mayor control de sus recursos estratégicos, y en particular del petróleo.
2. El gobierno de Obama ha intensificado desde principios de año en los medios una campaña en la que busca sostener la tesis aberrante de que todos esos países tienen gobiernos inaceptables por sus rasgos islámicos y de que es necesario que “transiten” hacia la democracia, buscando ocultar que su pretensión está fundada no en el autoritarismo que marca a dichos regímenes sino en los rasgos nacionalistas que tienen y en los obstáculos que ponen a las grandes multinacionales en materia petrolera.
3. El intervencionismo estadunidense no ha tenido límites, pero lo que sorprende en verdad es la tesis sostenida desde entonces y que enunció en varias ocasiones Hillary Clinton, la secretaria de Estado, asentando que por los rasgos autoritarios de dichos regímenes, “el cambio está en la calle”.
4. La afirmación es sorprendente pues podría aplicarse a otros países, y en particular a México, donde las elecciones constitucionales no están siendo ya la vía para conducir al cambio porque los retrocesos que se han producido en materia institucional son tales que obstaculizan por todos los medios los procesos electorales y no parecen dejar a los mexicanos otra alternativa que la de “la calle”, como lo demuestran los hechos que tanto han desdeñado los miembros de la oligarquía en el poder.
5. El gobierno del PAN tiene hoy en día el control del órgano supuestamente autónomo encargado de organizar y vigilar los procesos electorales (el IFE); ha subordinado por completo a los intereses que representa el órgano jurisdiccional responsable de calificarlas (el tribunal electoral); las candidaturas ciudadanas no son permitidas; las campañas están marcadas por un derroche multimillonario que sólo favorece a los grandes intereses; los medios masivos, y en particular las televisoras, intervienen impunemente en los procesos electorales, buscando manipular a la gente, y el Ejecutivo, que es impune y puede utilizar ilegalmente los recursos públicos y orquestar cualquier fraude electoral, tiene además las manos metidas en varios partidos, incluyendo al PRD, que se constituyó en 1989 para ser una alternativa de izquierda y hoy se halla bajo el control de una clique de políticos corruptos de derecha subordinados a él, con la única finalidad precisamente de cerrarle la vía a una alternativa de izquierda, la que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
6. La televisión mexicana es extraordinaria en ese sentido al presentar lo que pasa en el mundo y en México, Televisa y Tv Azteca señalan –lo que es cierto– que paramilitares o halcones de Mubarak reprimen en la plaza Tahrir de El Cairo a los manifestantes, pero ocultan que en en este país los paramilitares son los responsables de muchas de las peores matanzas de jóvenes y de migrantes de los últimos meses, que han hecho según la lógica de la derecha en el poder, por motivos “aleccionadores”. Destacan, siguiendo los lineamientos de información del Departamento de Estado, cualquiera de las manifestaciones actuales en el Magreb, pero aquí ocultan la mayor parte de las demostraciones de protesta, como hicieron con la marcha de decenas de miles de trabajadores del martes primero, dedicándose a calumniar a los electricistas y a su dirigente Martín Esparza, a los que denostan como “vándalos” cuando no hacen más que defender sus derechos ante las tropelías del gobierno calderonista. Como lo hizo Hillary Clinton al estallar el descontento en Túnez, sostienen que “el cambio democrático está en la calle” (pero tratándose del norte de África y Medio Oriente), porque en México tomar la calle, dicen, es “antidemocrático”, aunque aquí se hayan estado violando de manera sistemática los derechos constitucionales de un pueblo en los últimos años o se haya instaurado por la fuerza tras el fraude de 2006 un gobierno espurio.
7. Las movilizaciones públicas (manifestaciones, marchas, plantones) han sido sistemáticamente descalificadas por los gobernantes mexicanos y por los medios, que ahora encomian lo que acontece en Túnez y en Egipto, y alientan lo que se inicia en otros países árabes. Desde Gustavo Díaz Ordaz, que en 1968 calificó al movimiento estudiantil y popular como “una algarada sin importancia”, hasta los locutores de Milenio Televisión, que desde que salieron al aire no han dejado de descalificar las manifestaciones ciudadanas, hechas en ejercicio de derechos constitucionales, como “mitotes”, los voceros de la derecha mexicana han confiado para mantener sus privilegios en la fuerza material del Ejército para reprimir y en el poderío de radio y tv para ocultar la verdad, engañar y confundir, pretendiendo ignorar que todo tiene un límite y que “la calle” sí puede hacer caer un gobierno.
8. Los pueblos en general ignoran su fuerza porque han sido penetrados por la ideología de la derecha en el poder, que ha insistido a lo largo de las últimas décadas en que no hay más vía para el cambio que la electoral, por más que ésta no pueda ser alternativa en países no democráticos como México, donde las instituciones electorales y los partidos estén en manos de la derecha y en última instancia el gobierno puede orquestar impunemente todos los fraudes. Los acontecimientos del Magreb, alentados por Washington en su avidez de tener el petróleo de esos países sin tantas restricciones, pueden no obstante conducir también a un desastre para el modelo neoliberal. El gobierno de Israel le advirtió ya a Obama el día 2 que el proceso desencadenado podría desembocar en la llegada de un gobierno islámico a Egipto “parecido al de Irán” (en vez del pro israelita de Mubarak).
9. La demagogia del gobierno de Obama sobre “la calle”, y la forma en que ha estado el gobierno estadunidense montándose sobre el descontento y alentando las manifestaciones en el Islam con la intención de imponer en esos países gobiernos locales no menos represores pero sí más entreguistas, está ya siendo frenada pues corre el riesgo de volverse en contra de sus intereses, y es evidente que se busca, en Túnez como en Egipto, que las presiones y negociaciones a nivel cupular sustituyan a las movilizaciones a fin de que, una vez más, se le confisquen a esos pueblos sus derechos y lo único que se logre sea precisamente lo contrario de lo que ellos quieren, pero el escenario es crítico porque hay fuerzas políticas impredecibles, como el Islam y el ejército.
10. En México, en tanto, donde las instituciones del Estado han sido convertidas en los últimos 25 años por los tecnócratas priístas y los yuppies del PAN en un aparato de simulación al servicio de las trasnacionales, y los procesos electorales adquieren cada vez más los rasgos de una farsa, en la que al pueblo se le quiere dar el papel de comparsa porque, vote como vote, no le permiten cambiar nada, la calle, sin embargo, está adquiriendo una nueva dimensión, pues no se está dejando a los mexicanos otra alternativa que la de las movilizaciones.
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